Dave negó rápidamente. Tomó su plato tras servirse la cena y subió a su cuarto. Deseó que su hermana estuviera en casa.

Cristina había sido la más rápida en superar el divorcio de sus padres. Para Dave aún era un recuerdo fresco: el de su hermana llorando en la escalera y su madre desgarrándose el alma junto a la ventana del comedor.

Ese día hubiera dado todo por haber sido la persona fuerte que las levantaría, pero se encerró en su cuarto sin derramar una sola lágrima y pretendió que nada había pasado. En ese entonces tenía once años.

Se acordaba de su padre cada vez que veía los coches patrulla, por lo que evitaba salir y escuchaba música cuando las sirenas cruzaban la calle.

Su padre había sido un hipócrita. Decía querer servir a los demás y a Dios, pero cuando llegaba a casa, estaba demasiado cansado como para pasar tiempo con su familia.

La única vez que recordaba Dave fue cuando le enseñó a hacer un avión de papel. El resto del tiempo su padre dormía o veía partidos de fútbol repetidos. Había pasado muchas Navidades y Semanas Santas fuera de casa, y muchos cumpleaños patrullando.

Su padre había jurado lealtad, entrega y servicio a los desconocidos, con niños de otros padres y mujeres que no eran su esposa.

En casa había vivido un hombre agotado que prefería dormir a llevar a sus hijos al colegio, que trabajaba en Nochebuena y que un día decidió volverse religioso.

A partir de ese día, las discusiones en casa se hicieron rutina. Si no era respecto a finanzas, era a causa de las escuelas públicas. Hasta que un día cualquiera su padre se fue.

Entonces Dave se dio cuenta que, para su padre, él nunca fue suficiente.

・❥・

El martes, cuando Dave regresó del instituto, el olor a masa caliente y orégano lo golpeó al entrar a la casa. Su madre, que estaba revisando el horno, se giró para sonreírle.

—¿No vienes con Cristina?

—Ella ya se sabe el camino. —Resoplando, dejó la mochila deshilachada sobre la mesa del comedor y hundió las manos en los bolsillos de su sudadera gris—. ¿Has encontrado trabajo?

—Algo mucho mejor —respondió ella, radiante de alegría, y Dave arqueó una ceja—. Te lo diré cuando llegue Cristina.

En lo que terminaban de cocerse las pizzas, Dave subió a su dormitorio a colocarse los auriculares y escuchar por lo menos una canción que lo aislara de sus pensamientos. Sentado en la cama, apoyó la espalda contra la pared y plegó las rodillas.

Su madre no se había dado cuenta de la herida en su labio y el rasguño en la mejilla.

Había tenido que romperle la cara a uno de los amigos de Ciro, pero su madre no se preocupaba.

No le importaba.

Álvaro Valencias había grabado la pelea mientras Sergio le gritaba a Dave movimientos desde la derecha. Ninguno ganó porque Álvaro y dos chicos más los separaron.

Se rociaron a insultos; luego, Sergio recogió la mochila de Dave, la multitud se disolvió y cada uno se fue a su casa.

Dave ni siquiera sabía el nombre del muchacho al que le había roto el labio.

Todo había empezado a la salida, cuando chocaron sin querer y el chico insultó a su madre. Ahí Dave perdió el control y le estrelló el puño en la cara.

Un portazo lo sobresaltó y se retiró un auricular. Su hermana debía haber llegado.

Sin embargo, en lugar de su voz, a través de las paredes oyó una voz masculina.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora