XX

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Antes de morir el ángel reía, un simple mortal anunciando su sentencia.

Entre rosas sus alas estaban esparcidas, casi en alón.

Alas traicioneras.

¿Quien pensaría que un ángel sería capaz de domar su propio juicio?

Sus alas no eran justas, se llenaron de tinta al pecar, hipócritas se vistieron de luto, pero extrañaron el exquisito sabor del peligro.
Por eso engañaron a su mente, nunca fueron oscuras, solo astutas.

Una ilusión resignada, que entregaría al ángel a su fogosa perdición.

Su rostro estaba manchado, todo el sitio estaba cubierto de cerezas, de rojo, de fuerza y pasión.

Ninguno de sus aprendices pudo salvarla, todos estaban congelados, forzados a ver el fin de su madre, de su maestra.
No importa cuanto poder tuvieran, el ángel no permitiría que alguien lastimará al hombre, ni siquiera sus hijos.
Porque él no la dejo sola.

Lo que tanto se temía se cumplió.

No importaba cuantos niños de la luz o sombra llegaran contra el asesino, eran lanzados fuera por la victima.

No importaba cuanta sangre o saliva, poder tuvieran.
No era suficiente.

Su madre ya no era de ellos.

Ya no quería ser ángel.
Ya no quería ser madre.
Ahora era mujer.

Ella ya no los necesitaba, traicionó a todos por él.
Como ellos por ser hombres.

«Entonces cuando lo puro se vuelva oscuro, nadie, nadie volverá a traerle su blancura, nunca.»

No se iba a defender, no le importaba.

Su amado estaba enfermo, aprisionado por su condición.

Él quería mancharla tanto para que nadie más se la robara.

Lo último que vería ella sería el rostro de su hombre feliz, disfrutando, literalmente, cada parte de ella.
Cada grito.
Cada ruego.
No le importaba, no tenía miedo.

«Por que el miedo no es al creador, es al hombre.»

Una flecha se disparó, era uno de los guardianes. Regresaron a reclamar lo de ellos, a su compañera, el cielo no dejaría una atrás. No importa que manchada estuviera. Un cielo misericordioso la reclamaba, un cielo más desesperado que su pasado.
El castigo de por sí era si misma, sus alas y su devoto corazón.

Porque el cielo la acepto como era, el cuerpo divino entendía lo maldita que estaba, ella nació manchada.
Sus alas blancas ríen, son una ilusión, son solo una pantalla, para lo sucio de su sangre.

Después de todo es hija de su madre.

Ella no espero.
Se lanzó por él, en un abrazo repentino en donde se unieron los dos, cayeron juntos y sin vergüenza alguna, un beso declaró su pasión eterna.
Un último beso que los llevó como flecha a un lugar lejano, a la otra fase de la vida.

Estaban destinados.

Él cedió, pues la intensidad de matar no se comparaba a lo vehemente de ella.
Ella solo lo amaba.

Entre sangre, plumas y carne se sabía la historia de su pecado.

Se dice que en las noches largas, el ángel baja de un cielo misericordioso y llega al infierno, buscando a su amado, salvandolo un rato de la muerte, al encontrarse suben.
Se elevan hasta el medio, explotan en sus bocas, se hacen recordar a ellos mismos.
Ahogados en memorias, en sueños, en gozo y lujuria, sin parar, sin poder perder.

En un purgatorio de pecados...

Sienten miedo de ser encontrados.

Sienten ansiedad, agonía.

Sienten asfixia.

AsfixiaOnde histórias criam vida. Descubra agora