XIX

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El individuo no tenía corazón, era un asesino; cruel, despiadado y para colmo, inmortal a los ojos de los humanos.

Todo por su culpa.

Cada una de sus esposas murió a placer por sus propias manos, no de tristeza, no de enfermedad sino obsesión.
Un cariño codicioso de obtención, de tener.
Él no las amaba, a ninguna, ninguna captaba su atención, ninguna le hacía sentir vivo.

Su arma era más excitante que todos los gritos de gozo de las damiselas.

Se volvió loco buscando la misma exquisitez divina que probó en juventud.

Hasta que vió un monstruo, una anomalía, algo anormal; una oveja oscura con aspecto puro, él pensó cambiar solo por ella.

Pero en el fondo de su ser, el deseo de arrancar cada una de sus plumas y ver su blanca belleza manchada de rojo pasión, era una tentación, una necesidad.

Algo que la bestia no pudo controlar.

AsfixiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora