Un pachimari y tres pétalos de Dalia.

538 34 53
                                    

- Oka-san! Oka-san!

- ¿Qué pasa mi pequeño gorrión? ¿Porqué estás tan alarmado?

- ¡La señorita Hitomi es un árbol en secreto!

- ¿Un árbol? ¿Qué cosas dices Genji?

- La vi toser esto -Dijo el niño con mucha alegría e inocencia, enseñándole a su madre una bella flor de durazno que tenía en sus manos- Ahora va a ser la señorita Momo!

- ¡Genji! -La mujer no pudo evitar soltar un sonido de sorpresa al oír la explicación de su hijo, inmediatamente tomando al niño en brazos y yendo a buscar al médico de la familia-

- ¿A dónde vamos mamá? -Preguntó el niño algo asustado por la reacción de su madre-

- A buscar al médico Genji.

- ¿Estás enferma? -Dijo con preocupación y se abrazó a su madre-

- No es para mi Genji, es para la señorita Hitomi.

El niño no hizo más preguntas, aunque no entendía porqué su madre se había alarmado por una flor. En su inocencia de niño, pensaba que era algo mágico.

~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

- Shimada despierta, se adelantó la hora de salida.

Genji rápidamente despertó, no es como si hubiera dormido mucho de todos modos. Siempre había tenido ligeros problemas al dormir, y más ahora con todos los cambios que había tenido su vida.

Técnicamente había muerto, ahora vivía en un lugar diferente, con un cuarto y cosas completamente nuevas, tenía constantes pesadillas y ocasionales sueños.
Y también ahora la mayoría del tiempo vivía con un dolor constante; pero un poco de dolor más, un poco de dolor menos, no importaba. Ya se había acostumbrado.

Rápidamente se sentó en la cama, quitándose unos pequeños cables que lo conectaban a una máquina. Según Angela pronto le quitaría del todo esa máquina, lo que agradecía muchísimo. Le fastidiaba tener que colocarse todos esos cables antes de ir a dormir.

Luego de eso se levantó y tomó la placa que iba encima de la mitad de su rostro, yendo al baño para colocarsela correctamente. En un principio la placa era para asegurarse de que su nueva quijada se quedara en su lugar y para asegurarse de que sus vías respiratorias no se vieran dañadas, pero le había pedido a Angela que se la dejara para seguir cubriendo su cara. Su rostro había quedado con muchas cicatrices y ni el ni nadie necesitaba otro recordatorio del monstruo que era ahora.

Se miró por un momento en el espejo y recordó que había algo más que debía quitarse, aunque no le gustaba hacerlo. Era el suéter que Jesse le había obsequiado, se había apegado demasiado a ese suéter. No sabía si era por lo cómodo y suave que era, o si era porque tenía el aroma del vaquero; que admitía que era realmente encantador, de verdad que lo que fuera que Jesse se pusiera en las mañanas era increíble. O quizá eran porque había sido la primera señal de amabilidad no forzada que había tenido desde que llegó ahí, había sido un gesto desinteresado y le agradecía mucho a Jesse. No como si fuera a decirle eso al vaquero muy pronto.

En fin, sin muchas ganas se quitó el suéter y lo dobló con cuidado, dejándolo encima de su almohada. No quería que nada le pasara al suéter, lo adoraba muchísimo, incluso si ya le habían dado más ropa. El suéter de Jesse era su favorito.

Lo que me hace sentir humano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora