Capítulo 1: Cementerio

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Capítulo 1: 
Cementerio

La luna brilla sobre el firmamento

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La luna brilla sobre el firmamento. Hermosa para una velada romántica, con la compañía de un chico atractivo. En cambio, tengo que darle sepultura al cuerpo de una extenuante anciana.

El cementerio es escalofriante, mucho más cuando es la una de la mañana. La entrada es un arco con rejas negras, hay un enorme candado uniendo una cadena que mantiene las rejas unidas. No es un cementerio con mucha seguridad. He forzado este candado en varias ocasiones. La razón: fantasmas con una muy extraña manera de enmendar los cabos sueltos que han dejado en sus vidas.

—Me gustaría tomar algunas fotos.

Dejo caer el gancho de cabello que he traído para forzar el candado. Lorenzo es mi cómplice en las aventuras que me veo obligada a llevar a cabo. Es un aficionado por lo sobrenatural, pero nunca en su vida ha visto o presenciado algún fantasma, espectro, entidad o algo parecido con sus propios ojos. A través de su cámara muchas cosas se han dejado ver, por lo que siempre que me encuentro en una situación tan bochornosa como esta hace la misma petición. Tomar sus fotografías.

—Puedes tomar tantas como quieras, después que me ayudes a meterla en el sarcófago de su marido —digo mientras busco el gancho con la luz de mi teléfono—. Lo encontré.

Coloco mi teléfono en el bolsillo trasero de mi pantalón, y manos a la obra.

Hay que profanar una tumba porque la señora Dolores exige ser enterrada con su difunto esposo. Ella fue asesinada y su cuerpo, tirado en un matorral. Nadie la había encontrado, entonces vino a mí.

Por cierto, mi vida era una maravilla con todo y sus complicaciones hasta que comencé a ver a los muertos, y no conforme con eso me he involucrado en la tarea de ayudarlos a descansar en paz. Hace ocho años mi visión de un futuro no involucraba mi actual trabajo, pero los giros del destino me han puesto en este lugar. Con un pie en el mundo de los vivos y otro en el mundo de los muertos.

Un trabajo que no recibe la envidia de nadie.

Mi labor de la noche es que la señora Dolores descanse en plena paz cuando sus huesos estén en el mismo cajón donde están los de su difunto marido.

Un inaudible clic, y se abre el candado. Quito la cadena. Abro la reja con un chirriante y escalofriante ruido. Y como si hubiera tocado una trompeta exclusivamente para los muertos, el cementerio se puebla de la nada de un sinfín de fantasmas.

Dejo la cadena y el candado a un lado de la reja. Inmediatamente, la dueña y señora del cementerio aparece delante de mí. Nada feliz de verme. Es una mujer delgada, con el rostro arrugado como una pasa y unos muy bonitos ojos marrones. Su cabello es largo y completamente blanco. Lleva puesto un vestido color crema sin forma, que cae por debajo de la rodilla.

—Señorita Nahir, creí que habíamos quedado, que no volverías a entrar de esta manera a mi recinto —su voz es firme. Disciplinada. Severa.

La última vez que estuve en el cementerio quedamos en un acuerdo. O, más bien, ella me exigió que no volviera sin una invitación, o comunicándole de antemano que vendría.

Médium. Espada de hueso (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora