III: OUR DESTINY (Parte III)

11 6 0
                                    

Pasaron los días, y como si el tiempo se hubiese transformado en una capa de arena que cubriera nuestras huellas, no volvieron a salir a la luz ninguno de los temas que bajo mi lupa habían tenido tan suma importancia. No sé si podría llamarse miedo a lo que nos impedía (aunque quizá sólo debería referirme a mí misma) rescatar aquellas huellas y sacarlas de nuevo a la luz. Por otro lado, puede que no fuera su momento, así que lo fui dejando pasar, con la esperanza de que pronto llegase un momento más apropiado.

Sin embargo, si no hubiera nada importante que contar, sabes que no estaría aquí. De hecho, estamos llegando al núcleo de esta carta, el motivo principal por el que me he puesto a echar callos entre los dedos.

Si mal no recuerdo, el problema comenzó en la cola que se formó una tarde en la Plaza Mayor. Habían montado varias carpas provisionales de un horripilante plástico blanco, ante las que la gente llevaba auténticas horas haciendo cola (colas que por cierto, llegaron a colapsar algunas calles de los alrededores), y sólo porque los de ORBIS habían sacado de la noche a la mañana una campaña en la que ofrecían de forma totalmente gratuita un teléfono móvil nuevo a cada ciudadano.

Puedo ver tu cara de asco a la perfección, pues es la misma que puse cuando me enteré de la noticia. David estuvo bastante pesado con ello, insistiéndome una y otra vez en que debíamos ir. Yo no lo acababa de ver, nunca entendí realmente la necesidad de tener uno, ya sabes que soy de métodos más tradicionales, por no hablar de que lo de estar de pie toda la tarde ante un tumulto no me hacía ninguna gracia, pero a él le hacía más ilusión de la que pensaba, así que no pude desistir.

―Vamos, alegra esa cara. ¿Sabes lo caras que son esas cosas?

―No sé, aquí hay gato encerrado... No acaban de convencerme...

―¿Los móviles, u ORBIS? ―susurró.

―...ambos.

Cierto es que a estas alturas ya no sabía si mi escepticismo era por voluntad propia, o por habérselo oído tantas veces a los Rebeldes. Dudaba mucho que CC quisiera formar parte de la campaña, y una parte de mí creía fervientemente que esa podía ser la única respuesta correcta. La otra me acusaba por no saber pensar por mí misma.

―Nadie te va a decir que te unas a su secta, Claire ―razonó David con paciencia, la mejor de sus tácticas―. Vamos, si los tuviéramos, ya no tendríamos que preocuparnos por saber si estamos vivos o no. Y si no te hace gracia, siempre podemos revenderlo...

Aún no soy capaz de comprender cómo demonios me convenció, pero ahí estábamos, en el único día libre que me habían dado en toda la semana, gastándolo en hacer cola ante una estúpida carpa blanca, rodeados por agobiantes aglomeraciones de gentes que no dejaban de hablar demasiado alto.

Cuando quise darme cuenta, ya llevábamos treinta minutos en la cola.

―¿Y qué demonios ganan con todo esto? ―pregunté a una de estas, cansada de llevar media hora de pie, y planteándome muy seriamente el pirarme sin más.

―Fama, buena repercusión, reputación... me supongo ―aseguró él, encogiéndose de hombros―. Se quitan algo de pasta de encima, y a cambio ganan una buena imagen. Es un modo de quitarse a los escépticos de encima...

―Me repugna pensar que esos móviles han sido fabricados con el dinero de F.E.A.R. ―proseguí, sin percatarme del tintineo de su última frase.

―Claire, sería raro que hubiera algo que no procediera de F.E.A.R. Que algo esté manchado, no significa que no se pueda utilizar para algo bueno.

Y aunque me cueste admitirlo, tenía algo de razón. La situación me recordó además, a un tema importante que aún no habíamos tocado. Ya sabes por qué:

REBELDES: El Valle de los PariasWhere stories live. Discover now