Anna

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El camino a casa fue inusualmente largo. El avance fue a vuelta de rueda, Las calles tenían en su interior coches formados a la perfección y gente transitando en la banqueta, y cada tres minutos o algo así los cláxones sonaban en una melodía espantosa al unísono furioso, Felipe no lo tocaba porque era muy elegante para hacer algo así, después de todo ellos ya lo estaban haciendo; el sol estaba de un humor tranquilo y el viento soplaba no muy fuerte (gracias al cielo). Le pedí a Felipe que apagara el coche porque llevaba diez minutos en la misma posición. Suspiré. Porque mierdas habían cerrado las calles.

—Carajo.

Voltee y los dos pasajeros que contenía el coche a mi derecha vi que gritaban hacia en frente, pero desde que no les oía (obviamente), no sabía si se gritaban el uno al otro o su furia estaba dirigida al trafico. El conductor azotó su cabeza contra el claxon provocando otra orgia de gritos mecánicos y agudos; la mujer a su lado, exasperada abrió la puerta del auto y se salió para asomarse por encima de la maquinas retumbantes. Instintivamente y por curiosidad, yo también me asomé desde mi altura, sentada en el asiento trasero. Logré ver algo colorido y ondulante.

—¿Qué diablos es eso? —cuestioné sin cuestionar a nadie. Entrecerré los ojos.

—Me parece que es... —Supongo que Felipe también estaba intentando distinguir que carajos nos hacía avanzar tan lento—. Una... marcha. Es por eso que han cerrado las calles.

¿Una marcha gay?

¡Diablos! ¿Tenía que ser justo hoy que tuve la obligación de presentarme en el estudio?

<<Me lleva el carajo>>.

Me baje del coche azotando la puerta del coche en un momento de necedad y desespero, quizá pensando que podría detener esto parándome a lado de las personas protestantes. No fui la única, varias personas hicieron lo mismo que yo al notar la más de gente aproximándose. Todos nosotros con el mismo humor de perros y el mismo sudor y la misma calle y la misma perplejidad absoluta de atinarle a este momento. Una señora más anciana que yo me empujó para pasar.

Me acerqué a la multitud andante que gritaba y todos vimos que llevaban puesto cosas que sinceramente yo les hubiera arrancado en un segundo. Vimos que traían banderas bailarinas y vividas. Y vimos que eran una gran cantidad de personas. Una gran cantidad.

Mierda. Y más mierda.

Observe junto con la gente con cara atónita como personas tras personas pasaban caminando, rehusándose a darme mi oportunidad de largarme de aquí, lo hice hasta que sentí el sudor brillar un poco en mi frente. Seguí observando hasta que me enojo se disipó un poco, tan poco que mi humor de perros seguía ahí, pero mi respiración de había calmado. Es que ni siquiera era homofóbica, pero era necesario hacer tanto revuelo por... no sé. ¿Derecho al matrimonio? ¿O qué estaban haciendo?

Me palmeé el rostro.

—Lindo trasero, amor —dijo una voz que parecía haber tomado demasiado aguardiente justo atrás de mi.

Volteé. Y un sujeto dentro de una carcacha me veía con ojos burlones y con lo que se asemejaba a un gruñido retorciéndole la boca. Era gordo, pálido, calvo y su brazo obeso estaba recargado sobre la ventanilla abierta, no había nadie con el.

Cuando no replique el idiota comenzó a reírse.

—¿Qué dijiste, pedazo de imbécil? —gruñí. El tipo pareció sorprenderse de mis palabras soeces pero en seguida se compuso.

—¿Por qué no subes al auto y te doy un buen-?

Antes de que lograra terminar su frase saque de mi gabardina la sombrilla comprimida en un pequeño cilindro y la estrellé en sus dientes amarillos y sonrientes.

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⏰ Última atualização: Aug 16, 2020 ⏰

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Corazón enfermo (LÉSBICO)Onde histórias criam vida. Descubra agora