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Merde —masculló el marqués de Riversey cuando fue consciente de la escena.
—Suéltela —ladró el conde de Redcliff al tiempo que trituraba la mano de su esposa, envuelta en la suya.
Sebastian Gordon abandonó con renuencia el beso que compartía con Cordelia Dereford y se colocó de modo que parecía estar protegiéndola de todos los presentes. La joven no se quedó agazapada tras su seductor, ni mucho menos. Se colocó a su lado y adoptó una pose tan aristocrática que parecía haberla estado ensayando desde le cuna, cosa que no era tal, como muy bien sabía Hannah.
—Shein no es lo que piensas —avisó la más pequeña de los Dereford.
—Milord, si me lo permite... —intentó explicar el señor Gordon.
—No se lo permito. ¡Desde luego que no se lo permito! —Shein parecía más furioso de lo que lo había visto nunca. Una marea de nerviosismo y de admiración la recorrió por dentro al ver aquel rostro tan amado lleno de fuerza y determinación. Había un hombre peligroso tras el aristócrata, y ella lo adoraba.
—Redcliff... —intermedió lord Riversey.
—Ni te atrevas, Riversey. No se te ocurra escudar a este canalla.
—No pensaba —respondió el marqués—. Considero a mi heredero lo suficientemente capaz para explicarse por sí mismo.
Qué curioso, pensó Hannah, que Riversey dejara caer que Sebastian era su heredero. Sentía un orgullo inmenso por su hermano y lo demostraba con frecuencia; era uno de los motivos por el que ella misma había tomado afecto al muchacho, pero pareció un recordatorio muy concreto para Shein.
—Gracias, Gordon —respondió el hermano pequeño. Todo el mundo que tenía confianza con el marqués lo llamaban por el apellido. Incluso ella misma había terminado por referirse al cuñado de su amiga de ese modo—. Verá, lord Redcliff si me permite quisiera hablar con usted en privado.
—Podemos pasar a la biblioteca —propuso lord Collington—. Este no es el lugar adecuado para tener esta conversación.
El vizconde había aprendido por las malas aquello de que el servicio era cotilla por naturaleza. Aunque presumía de la discreción de sus empleados, no tomaba riesgos innecesarios.  Parecía la decisión más sabia; sin embargo, cuando Shein se dio cuenta de que todos caminaban hacia la biblioteca, frenó en seco y le dio un tirón a Hannah de la mano.
—¿Creéis que esto es un congreso familiar? —preguntó con una mirada de reproche en derredor—. Hablaré a solas con el señor Gordon.
—Insisto en participar —se oyó decir a Riversey, mientras los demás le miraban con distintos grados de sorpresa y también de inquina. Nadie quería perderse el espectáculo. Especialmente la marquesa y la propia Hannah. Pero la expresión de Shein era tan cerrada y oscura, que ella misma fue quien convenció a los demás para que les dejasen a solas.
—¿Qué le vamos a hacer? Las cuestiones de honor son una cosa muy seria. Además, todos tenemos cosas que hacer, ¿no es cierto? —propuso.
—No te creas —dijo Lauren, que miraba a todos los presentes con curiosa inocencia.
—No me parece justo que tengamos que... —El intento de la lady Megan se vio interrumpido de inmediato.
—¡Esto no es un debate! —bramó Shein poniéndose frente a la puerta de la biblioteca y mirándolos a todos con evidente desaprobación. Hannah sintió un destello de lástima por él. Lo que para los demás era un acontecimiento escandaloso y delicioso a partes iguales, para su marido era una verdadera ofensa y un disgusto de proporciones épicas. Encontrar a un hombre besando a su hermana pequeña, la luz de sus ojos, debía estar devorándole las tripas.
—Venga, chicos —dijo al resto del grupo—. Dejemos que lo hablen en la tranquilidad de la biblioteca. Estoy segura de que lord Riversey velará por los intereses de su hermano del mismo modo que Redcliff lo hará por los de Cordelia.
Todos accedieron de mala gana. Todos menos una.
—Yo voy —dijo Cordelia sin moverse un ápice de su posición y con un reto abierto en la mirada cristalina. Shein dio un paso amenazador hacia ella y a Hannah le encandiló comprobar que Sebastian Gordon se acercaba a ella con gesto protector—. Es de mi honor del que vais a hablar, ¿no es cierto?
«¡Bien por ti!», pensó Hannah mientras se giraba para estudiar el rostro de su esposo. Si de algo podía presumir Shein era de ecuánime y juicioso. Una vez más, volvió a hacer gala de esas cualidades que tanto le enorgullecían.
—Estás tentando a tu suerte, Cordelia —espetó sin ningún matiz cariñoso—. No voy a ser diplomático porque estés presente, pero en algo tienes razón: ya eres mayorcita para afrontar tus actos. Pasa.
Cuando los tres invitados aprobados por el ilustrísimo conde pasaron a la biblioteca, Hannah aprovechó para lanzarle una mirada de reproche por dejarla fuera, mirada que él ignoró por completo antes de cerrar de un sonoro portazo.
—Creo que será mejor que llevemos a Eric a cambiarse. Tiene los calcetines mojados —advirtió Lauren.
—Hannah, nosotras podríamos esperar el desenlace con un té en la sala de costura —anunció lady Megan sin ocultar una mirada de complicidad—. Lo haré traer.

Una loca propuesta // Antología ChadwickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora