Aitor torció la boca y rompió en llanto; se puso una mano sobre la frente.

La joven tomó aire. Le dolía verlo de esa manera, pues era evidente que lo que diría no iba a ser de su agrado.

—Mira, papá, si eres gay... —empezó ella, con la esperanza de retomar algo que había descartado.

La risa de Ezequiel estalló sobre el llanto de Aitor, pero recobró la compostura.

—Mis disculpas —dijo Ezequiel—. Dile ya, Aitor, esto no es algo de lo que yo pueda hablar con ella.

Aitor respiró, se secó las lágrimas y tomó asiento al lado de su hija. Sostuvo sus manos y la miró a los ojos; le ardía la garganta. Y en cuanto quiso hablar, se le dificultó. Shayza apretó las manos de Aitor. Con los ojos le exigió que acabara con ese misterio.

—Yo... no soy tu verdadero padre.

La bomba cayó y explotó a los pies de todos en el salón. Shayza alejó sus manos, con el estómago revuelto. Guardó silencio y vio hacia la alfombra. Su rostro hizo diferentes muecas mientras la noticia se repetía en su cabeza igual que un disco rayado.

Era insólito. Un secreto que estuvo por cumplir dieciocho años. Todo salió a la luz cuando ella solo creía que volvería a su hogar para dormir e ir al instituto como de costumbre, preocuparse de nuevo por sus cosas y esquivar a los habitantes de la ciudad de regreso a casa junto a Castiel. Eso era lo que tenía en mente, hasta que cambiaron la ruta y todo se fue al demonio. La vida le aplicó el dicho «Todo puede cambiar de un momento para otro».

Aitor buscó la mirada de Shayza, que seguía fija en el suelo. Ya no tenía nada más que decir, por lo que se limitó a callar y esperar. Aunque lo que quisiera era demostrarle que ella no estaba sola; al fin de cuentas, Aitor siempre la cuidó como su propia hija. Ezequiel contempló la escena con cierto aire de distancia. No creía que fuera su problema, solo estaba ahí para cuidar de la chiquilla hasta que la orden le fuera revocada.

Ella comenzó a sentir que su cuerpo ardía en llamas. Se paró del asiento y caminó para quedar al lado de la pintura. Ahí estuvo hasta que consiguió el coraje para darse la vuelta y enfrentar a Aitor. Apretó los puños, igual que la mandíbula.

—¿En serio esperasteis diecisiete años? —preguntó entre dientes, e intercambió miradas con ambos hombres—. Casi cuando estoy por entrar a la universidad, ¿venís con este cuento? ¿Qué demonios esperabais? ¿Qué Dios bajara del cielo y me lo dijera mientras los ángeles tocaban trompetas? —La mención de Dios perturbó a Aitor y a Ezequiel, y Shayza pareció no percatarse. Al no recibir respuesta, se vio obligada a hablar de nuevo—: ¡¿AH?! Tal vez, con menos edad, me lo hubiera tomado mejor, ¿no os lo parece?

—Es lo que dije —intervino Ezequiel—: que no era buena idea seguir esperando. —Cruzó las piernas y recostó la espalda en el sillón.

—Ezequiel, ¿puedes dejarnos a solas? —pidió Aitor.

Ezequiel, sin borrar su sonrisa, observó a Aitor, con una mano a la altura del rostro y frotándose los dedos. Al final, asintió no muy convencido y desapareció por la puerta detrás de él. Aitor también se levantó, caminó hasta Shayza, pero ella lo mantuvo lejos al notar lo que se proponía.

—No te quiero cerca de mí —pidió; interpuso una mano entre ellos—. No lo puedo creer, de verdad. ¿En serio, papá?

—No me dio tiempo de asimilarlo o prepararme. Me llamó esta mañana y solo lo quiso.

—Ah —ella asintió, con las cejas enarcadas—, solo lo quiso y a mí me mueven de un lugar a otro como a una muñeca... —Calló, pero negó con la cabeza al darse cuenta de algo—. Aprovechó su autoridad sobre mí para hacer conmigo lo que quisiera. ¡Es un hijo de puta!

Sangre maldita 1Место, где живут истории. Откройте их для себя