—Buenas tardes, señor. Le presento a mi esposa, Cassandra.

Mujer y hombre estrecharon las manos, y luego de acordar nuevamente el horario, el señor Morris salió del hotel, dejándolos a solas. Una vez que hicieron el check-in, un botones los acompañó hasta la suite que Keith había reservado con antelación. Cassandra quedó subyugada con la finura y el lujo que tenía aquella habitación. La sala de estar tenía un hogar, sillones de una elegancia extrema, y las sillas estaban tapizadas con una tela a rayas verticales. El piso era de parquet, y con una alfombra en el centro de la sala donde yacía una pequeña y antigua mesa de living, donde a su alrededor tenía un largo sillón, un par de sillas rayadas y un sillón individual de color rojo profundo. Sobre el hogar había un antiguo espejo con el marco dorado antiguo. Y las cortinas denotaban la opulencia de aquella suite. El comedor, la habitación y la terraza, eran más encantadoras que la sala de estar, y Cassie se sintió como la princesa del cuento de hadas.

—¿Y qué te parece? —le preguntó Keith, entrando a la recámara.

—Es bellísima la suite.

—Me alegro que te guste, la reservé pensando en ti.

—¿Pensando en mí? Ni siquiera sabes lo que me gusta en verdad.

—Cassie, por favor —le dijo, mirándola a los ojos—. Supuse que te gustaría, a las princesas les gustan ésta clase de cosas antiguas, por lo tanto, tú eres una princesa también.

La joven, esquivó su mirada y pensó en las palabras que le acababa de decir. Era realmente muy caballero y Cassie no supo qué decir o hacer.

—¿Quieres almorzar algo?

—Prefiero darme una ducha.

—De acuerdo. Ve a ducharte tranquila, pediré el almuerzo en la habitación.

—Como quieras.

Cassandra aprovechó en entrar al baño bajo la atenta mirada de su marido. Ella cerró la puerta y suspiró, se dedicó a desvestirse, y luego graduar la ducha para pronto meterse debajo del grifo. Una vez que ella salió del baño, él la estaba esperando con la mesa puesta para almorzar.

—Qué rápido ha llegado el almuerzo.

—Suelo tener esta clase de privilegios. Siéntate —le dijo, corriendo la silla.

—Gracias —le contestó, sentándose frente a la mesa del comedor.

—Pedí por ti.

—Está bien.

Almorzaron con tranquilidad, y charlando de cosa mundanas.

—¿Qué quisieras hacer mañana mientras estoy en la reunión?

—Nada, me quedaré aquí dentro.

—¿No quieres acompañarme? Yo iré a la reunión y tú puedes caminar por el centro de la ciudad.

—¿Haciendo qué?

Él, tiró la servilleta de tela sobre la mesa y contestó molesto.

—¿Por qué tienes que ser así ahora? Dijimos que íbamos a tratar de hacer las cosas bien, y que la pareja iba a funcionar, no intentes sabotearla.

—Discúlpame, sigo sin acostumbrarme a todo esto, pero intentaré pasarlo lo mejor posible.

—Te divertirás aquí, y si quieres conocer la ciudad, o comprarte cosas, no me opondré. Tienes que tener tus espacios, y mientras yo estoy en la reunión, tú puedes pasear y comprarte cosas. Lo que quieras hacer, Cassandra.

—Está bien. Creo que no tengo mucho apetito. Prefiero ir a recostarme un rato.

—Hazlo, luego iré a hacerte compañía.

—No, no lo harás —le contestó ella con una sonrisa en los labios.

—Sí, lo haré, no tengo dónde dormir, y por más que quieras echarme de la cama, no lo podrás hacer.

La muchacha solo cerró los ojos, quedándose de espaldas a él, y desanudó la bata de toalla que aún mantenía puesta, para dejar que se cayera al piso y mostrarse ante su marido en un bonito conjunto de ropa interior de encaje.

—¿Cassie? —le preguntó él, sorprendido.

—No habrá nada, solo quiero ir de a poco, y te aseguro que me está costando horrores quedarme así frente a ti. Por eso, quiero que vayamos poco a poco. Sin presiones por tu parte.

—Haré lo que sea para que termines de estar cómoda conmigo, y para que te convenzas que soy un hombre de palabra cuando te digo que jamás volveré a humillarte y a tratarte mal.

—Te creo, Keith. Te creo —le respondió ella con soltura y dándose vuelta para mirarlo cara a cara.

Cassandra fue acercándose a él, y lo abrazó por su cuello, le sonrió y él le regaló una inmensa sonrisa también. Ambos se miraron, y sin miedo, él acercó sus labios a los suaves y carnosos labios de su esposa para besarla con ternura, suavidad y mucho amor.

—¿Aún quieres dormir?

—Sí, Keith. Necesito descansar, el viaje me ha tenido intranquila por cinco horas, necesito dormir algo —le respondió ella, apoyando sus manos en los masculinos hombros.

Mientras él la tomaba por la cintura, ambos entraron a la recámara, y se acostaron en la cama, por debajo de las sábanas y cobertor. Keith, se desvistió para acostarse cómodamente, y se acercó más a ella.

Él le acarició la mejilla, y la besó con dulzura, ella correspondió con comodidad a su beso. Él la abrazó por la espalda, Cassie se acurrucó más contra él, y pronto se quedaron dormidos.

 Él la abrazó por la espalda, Cassie se acurrucó más contra él, y pronto se quedaron dormidos

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