CUATRO

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—¿Y tu padre? —preguntó Piers, cambiando de tema.

—¿Mi padre? —se le hizo un nudo en el estómago a Tess.

—¿Está vivo aún?

—No he conocido a mi padre.

—¿Quieres decir que se separaron antes de que tú na­cieras? ¿O que no se casaron?

Tess respiró hondo. Sabía que debía tener mucho cuidado al hablar de ese tema.

—Su esposo, es decir el hombre que vivió con ella y a quien yo creí mi padre, aunque ella siempre lo negó, dejó a mi madre antes de que yo naciera. El no quería hijos, según me dijo mi madre. Le había dicho que, si alguna vez se quedaba embarazada, la abandonaría. Ella estuvo de acuerdo en no tener hijos sólo por no perderlo, porque lo amaba mucho. Al principio lo aceptó... Pero, cuando supo que estaba embarazada y él le pidió que abortase, no quiso hacerlo. Y entonces, él la dejó. Se divorciaron y mi madre nunca más lo vol­vió a ver. No quiso verlo nunca más. Volvió a usar el apellido de soltera, y jamás volvió a hablar de él.

—¡Qué cerdo! Me has dicho que creciste creyendo que él era tu padre, ¿ya no lo crees?

Tess negó con la cabeza, y bebió el café.

—Después de que mi madre muriera, fui a buscarlo. No sé muy bien por qué. Simplemente quería saber co­sas, supongo. Pensé que mi madre decía que él no era mi padre por resentimiento, porque le había hecho daño. Mi madre siempre había negado que fuera él, pero jamás me había dicho quién era. Decía que no po­día decirlo. Murió sin decírmelo —Tess tenía los ojos húmedos.

Ella no había querido decir nada del dinero que to­dos los años le ingresaban a su madre desde que ella había nacido, y que ahora le ingresaban en su cuenta directamente. ¡Hubiera sido demasiado peligroso de­cirlo! Seguramente, conocería a los abogados de su madre, y se obstinaría en averiguarle cosas pensando que le haría un favor. Le daba miedo que se descubriera la verdad y que tuviera que enfrentar a Julius directa­mente, tal vez delante de su esposa Delia. O que Piers se volviera contra ella, por haberlo engañado, y usado. Ella quería saber la verdad, pero en privado, sin que nadie más que ella y Julius se enterasen. No quería he­rir a su familia. Sólo quería saber la verdad sobre sus orígenes, para poder quedarse tranquila.

—¿E intentaste averiguar algo sobre él?

—Sí. Y me dijo lo mismo que mi madre. Que no era mi padre.

—¿Y lo creíste?

Ella asintió. Le asombraba que él pareciera tan sen­sibilizado con su problema. La gente no solía describir a un playboy como alguien sensible.

—¿Qué te ha hecho creerlo? —insistió Piers.

Ella se encogió de hombros.

—Lo supe desde el mismo momento en que lo vi. No me parecía nada a él. Tenía el pelo negro y los ojos negros. Y decía que no quería niños. Y que menos iba a aguantar criar a uno que no fuera suyo. Por eso había abandonado a mi madre. Ahora está casado con otra persona, me ha dicho. Y son felices, sin niños.

—¿Y te dijo quién era tu padre? —le preguntó Piers con voz aterciopelada.

Tess tragó saliva.

—Me dijo que mi madre no había querido decírselo, como a mí.

No quiso decirle que el hombre que ella había cre­ído su padre le había dicho que su verdadero padre era un hombre felizmente casado.

Pero no era difícil averiguar quién era su padre, se­gún Michael Lawrence.

Al ver que ella estaba ansiosa por saberlo, le había dicho que su madre había sido la secretaria privada de un hombre muy poderoso, un hombre casado que for­maba parte del mundo de los negocios de Australia, y que había hecho una fortuna. Que ellos habían estado trabajando juntos, e incluso habían viajado juntos, por negocios, supuestamente. Y que había vuelto embara­zada de uno de esos viajes de negocios. Al decir esto último, el exmarido de su madre no había podido re­primir un gesto de desprecio.

Donde el corazón te lleveWhere stories live. Discover now