Capítulo 29. La inauguración (2ª parte).

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Capítulo 29. La inauguración (2ª parte).

El tráfico de esta frenética ciudad es siempre igual, aunque hoy como no voy conduciendo, sinceramente, me importa una mierda.

Me dedico a divertirme y a disfrutar el momento. Brindamos por tonterías sin razón y bebemos. Cada brindis es más ocurrente e ilógico que el anterior y nos reímos de lo lindo. Me da la sensación que tanto alcohol está empezando a hacer su efecto mágico… “A ver como acaba la noche…”

El chófer nos avisa de que estamos entrando en la calle del local y nos apresuramos a soltar las copas, a adecentar nuestros vestidos y a retocarnos el maquillaje. La salida tiene que ser perfecta igual que todo lo demás. Cruzo lo dedos esperando que todo salga tal y como lo he planeado.

La limusina para en la misma puerta que está acordonada. Los invitados se agolpan a ambos lados haciendo las aceras intransitables para los viandantes que curiosos se detienen a ver qué ocurre. Las motos y demás vehículos también se paran. Se está creando más expectación de la que había pensado.

Contraté a Pepe, el buzo recogedor de pelotas de golf, como jefe de seguridad. Es un hombre enorme de unos cincuenta años y que había servido en la marina durante más de veinte años. Y que después de licenciarse con honores, se dedicó a hacer lo que más le gustaba, bucear. Me sorprendo mucho, al verlo acercarse al coche. Parece un armario ropero de cuatro cuerpos vestido con traje y corbata, de negro riguroso, y con el pinganillo y las gafas de sol, en plena noche.

Acordamos que para el evento de esta noche se traería a sus hijos, Jose Jr y Tony, que cumplen a la perfección el refrán “De tal palo tal astilla”. De modo que mientras Pepe nos abre la puerta, después de una pausa de manual, para analizar el perímetro y cerciorarse que no hay peligro, sus hijos contienen a los invitados que vitorean y aplauden como si fuera fin de año y estuviéramos en Times Square.

Baja Miguel, en primer lugar y saluda emocionado como si estuviéramos en la alfombra roja de Hollywood. Tiende la mano y ayuda a Ruth, que pone su cara de Top Model, sacando morritos y posa como si fuera un ángel de Victoria Secret, haciendo las delicias de las masas que rompen en silbidos y aclamaciones. Me da la sensación que no soy la única a la que el alcohol le está haciendo efecto, pero en el caso de la pequeña Ruth, ha sido más bien un efecto Doctor Jekyll y Mister Hyde… Se ha transformado en otra…

En tercer lugar sale Eme, que muy por el contrario de lo que cabría esperar, saluda tímidamente y se esconde detrás de Miguel y Ruth que acaparan todas las miradas. Algo le pasa y estoy deseando que lo suelte…

Vera me guiña un ojo y me coloca bien el tirante de seda del sujetador negro que se había deslizado, en algún momento de los brindis, por el brazo. Le busco con celeridad las manos y se las aprieto en un intento de infundirme fuerzas a mí misma. Asiente sonriente sin perder de vista mi mirada y me señala la puerta. Puedo leer en sus labios un “Gracias” al que respondo con un beso en su mejilla y salgo de la limusina con ambos brazos en alto y sonriendo. Mis amigos me esperan con los brazos abiertos y nos fundimos en un sentido abrazo.

Pepe se acerca a mí y me ofrece mi propio pinganillo. Lo ajusto bien y doy la orden de activar la música. La fanfarria inunda la calle justo cuando Esteban aparece con su alto porte de actor británico y se escucha un “Ohhhhhh!” generalizado. Extiende la mano hacia el interior y Vera se aferra a ella con fuerza. En el momento que pisa la alfombra los cañones de aire a presión lanzan a la noche madrileña millones de papelillos plateados y la audiencia se deshace en aplausos y aclamaciones. No solo los invitados, también todo dios que pasa por la calle y se ha quedado a analizar curioso “¿¡qué demonios pasa en la puerta de ese garito!?”

Soy adicta al sexo Wattys 2014Where stories live. Discover now