X. The end of Susy

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Comenzó a gritar. Gritar tan fuerte que todas sus fuerzas salían por su voz y la garganta le ardía tanto que parecía a punto de explotar. Nadie la escuchó, no sabía dónde estaba su hermano, ni Dean, ni Joseph.

Estaba sola.

Las sombras salieron como una ráfaga de viento por la puerta, tirándola a un lado. Corrió hasta sus padres. Se tapó la boca con las manos horrorizada al ver lo que quedaba de su padre, completamente destrozado. Su madre, que se había apuñalado a sí misma, tenía la mirada clavada en el techo. Tocó su mejilla mientras las lágrimas caían sobre su rostro. Se manchó el pantalón de sangre y también las manos, pero nada le importaba. Estaban muertos. 

No encontraba un atisbo de felicidad en su interior. La desesperación, el odio, la angustia... era un enjambre de nervios viviente. ¿Qué le quedaba ahora que sus padres ya no estaban con ella? ¿Qué sentido tenía continuar con esa vida repleta de dolor y remordimiento?

Henry.

Como un rayo, se levantó como pudo del suelo, miró debajo de su cama y con ambas manos tomó el libro que Joseph le había dado. Lo puso bajo su hombro y salió de la habitación.

—Lo siento tanto... —susurró a la habitación solitaria antes de cerrar la puerta, mientras sus ojos lloraban. Sabía que jamás volvería a verlos. 

Ya se hacía de noche, el cielo estaba violeta y el reloj marcaba las seis de la tarde. Cuando salió de la mansión, Joseph estaba esperando justo en los escalones de la entrada. La miró sobre sobre su hombro y ambos asintieron. Caminaron a grandes zancadas hasta las compuertas del sótano y aunque Aria no había estado nunca allí sabía que era el lugar donde todo iba a ocurrir. 

Descendieron la truculenta escalera, mientras escuchaban el sonido de las gotas de agua cayendo por la pared. Aria se adelantó y abrió la puerta ella misma, y se echó hacia atrás como si el aire allí abajo fuera muy denso y le hiciera mal. No se inmutó al ver el pozo de almas, si no que se transportó a un lugar distinto en su mente. Por un rato, olvidó a sus padres, a Susy, a toda la basura de su vida y se enfrascó en la de esas personas que estaban allí, sufriendo. El dolor le inundó los huesos, sintió como si de a poco se le quebraban y cayera al suelo, sin poder alzarse de nuevo. 

Había una mujer que lloraba por su hija luego de que un hombre a caballo la pisoteara... Otro hombre sufría porque un soldado le había cortado el brazo en la Inquisición del pueblo. Uno por uno le mostraron a Aria como habían llegado a allí, y ella sabía lo que querían.

Paz.

Y no la tendrían hasta que Susy muriera.

Detrás del pozo, casi al fondo de la habitación oscura y de paredes blancas echadas a perder, estaba la mesera sentada en el suelo, balanceándose de atrás para adelante y con los ojos completamente blancos.

—Está en trance, alimentando a la bruja... —susurró Joseph en el oído de Aria. Esta rodeó el hueco del suelo e hizo caso omiso a las personas que sacaban los brazos desesperadas por ayuda. Pronto se acabaría su dolor.

Estaba a un metro de ella, con el libro sobre las palmas de las manos, abierto en la parte exacta donde estaba el hechizo. Casi se lo sabía de memoria, pero no tenía tiempo para errores así que decidió leerlo. Abrió la boca para decir la primera palabra en latín, gracias a Dios que había estudiado la lengua en la escuela, pero algo la interrumpió.

—¿Crees que soy tan imbécil, Aria? —dijo Susy sonriendo, aún con sus ojos dados vuelta. Normalmente a Aria le resultaría escalofriante, pero ya nada le daba miedo.

Shadowtown ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora