LA MAGIA DE LEAWIS

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Continuaron transcurriendo los días en el Bosque Enano, estadía que comenzó a tornarse tediosa cuando la impaciencia por abandonar el reino ya había desbordado los corazones de la ninfa, el muchacho y el unicornio.

Finalmente, luego de una prolongada espera de casi un mes, el día del escape había llegado. Era hora de desertar el bosque donde habían permanecido durante todo el fin del invierno, esperando el momento seguro para cruzar hacia el desierto y luego emprenderse en un viaje extraordinario.

Los tres viajeros se localizaban en el límite este del bosque, muy cerca de Tacas, aguardando por partir. La noche recientemente había abordado y las estrellas brillaban en el cielo, alentándolos.

–¡Es hora! –señaló Irwing, mientras se subía al lomo del unicornio. Pero la ninfa seguía de espalda a sus amigos, con la vista disipada en el bosque ensombrecido.

–¿Qué sucede? –inquirió Leawis a Derenahia, quien lucía ensimismada en sus pensamientos.

–Nada –objetó la ninfa, secamente–. Es solo que voy a extrañar el bosque... nací aquí y pasé toda mi vida bajo estos árboles y pinos. Recorrí cada espacio de tierra de este lugar y, a pesar de que siempre quise abandonarlo, nunca pensé que sería tan difícil hacerlo.

–Entiendo –continuó Leawis–, pero no hay tiempo que perder, ¡vamos! La ninfa echó un último vistazo a su hogar, ensombrecido por la noche, y montó sobre el lomo del unicornio pintado, detrás de Irwing, abrazándose fuerte a la cintura del muchacho. Se preguntó cuándo volvería a aquellas tierras, si alguna vez la vida le diera la posibilidad de hacerlo y, entonces, una nueva incógnita floreció en su pensamiento: ¿qué le esperaría allá afuera?

Aquello inevitablemente la colmó de ansiedad y entusiasmo, haciéndole sentir un nudo en la garganta y un cosquilleo en el estómago.

–¿Cómo haremos para pasar desapercibidos? –inquirió Irwing–. Todos van a reconocer que eres un unicornio cuando vean tu cuerno.

–Lo sé –contestó Leawis–, lo he pensado bastante y no se me ha ocurrido mucho que digamos. Ocultar este cuerno sería imposible y a esta altura y después del altercado con los gatos blancos, creo que lo mejor será conservarlo. Además sería imposible cortarlo, no es tarea fácil quitarle el cuerno a un unicornio.

–¿Entonces?

–Entonces creo que lo mejor será bordear Tacas. Llegaremos hasta el Río Kuan a la altura del pueblo, pero sin aproximarnos demasiado, intentando que nadie nos vea. Luego cruzaremos por el espacio que se abre entre Tacas y el río, donde se encuentra el campamento. Intentaré ir lo más rápido que pueda, así nadie percibe el cuerno.

Leawis relinchó, intentando lucir firme, ocultado su nerviosismo para no espantar a sus amigos.

–¡En marcha! –alentó Irwing.

Y sin dejar que sus compañeros respondieran u opinaran, el unicornio bramó con brío y orientó sus cuatro patas en una rápida y frenética marcha.

La distancia desde el bosque hasta el río no era corta, por lo que estuvieron toda la noche galopando a un ritmo atropellado, cosa que no era nada inusual para Irwing, que en su anterior travesía se había acostumbrado a la rapidez del unicornio.

Cuando el sol primaveral comenzó a brotar, sus largos dedos amarillos rozaron el cielo, tiñéndolo de una variada gama de colores que iba desde el naranja hasta el violeta; para ese entonces, los viajeros ya se encontraban a unos pocos kilómetros del río.

Derenahia iba sujetada lo más fuerte que podía a Irwing, porque recuerden, esta era la primera vez que la ninfa montaba un unicornio, ya que nunca había tenido experiencia con caballos. Pero como era normal en ella, los retos difíciles no la hacían retroceder y, con una perseverante voluntad, aprendía rápido sobre la vida fuera del bosque. Ahora, la situación se había invertido, ya que anteriormente era Irwing quien tenía que acostumbrarse a vivir bajo un techo espeso de hojas.

IRWING y El Legado de los Unicornios.Where stories live. Discover now