CRIATURA MÁGICA

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Unos pocos kilómetros antes de arribar a su cabaña, Irwing se detuvo junto a un árbol. Aquietó a Perla y volteó para observar su nueva adquisición. «¿Aceptarán mamá y papá que te traiga a casa? –pensó–. Y... ¿Timoteo? No creo que quiera volver a verte. Aun así, voy a conservarte, cueste lo que tenga que costar. Nadie puede negarme que te atesore. He trabajado arduo toda la temporada y te merezco».

Irwing se quedó ensimismado, montado sobre Perla, contemplando cómo el equino pintado gozaba de su libertad, en aquel desolado y nevado paisaje. Daba vueltas alrededor del árbol y de Perla con pasos elegantes y avivados, saltando como liebre liviana y relinchando briosamente como si estuviera largando carcajadas. Más aún, esta vez sus alaridos no expresaban furia, sino una penetrante y contagiosa alegría, que llegaba hasta Irwing haciéndolo sentirse radiante de energía. El perfecto suelo glaseado se cubrió de hoyos y marcas, producidas por sus enormes cascos de semental, al danzar como ciervo enamorado sobre la nieve. El viento soplaba fuerte, siempre frío y cortante; revoloteaban salvajemente, junto a la brisa, su extensa crin y espesa cola, blancas y puras. Los vivos colores de las manchas rojizas que cubrían a la criatura resaltaban notablemente sobre el paisaje albino. Todo parecía girar armoniosamente alrededor del potro, dando la impresión de que no hubiera sido él quien naciera en la tierra, sino la tierra la que se formara para él; cada partícula de polvo, cada pequeña hoja y cada dura roca; todo por y para él. Era como si cada soplo de aire susurrara su nombre, llamándolo suavemente; como si la naturaleza misma lo reconociera y le estuviera dando la bienvenida.

«¿Cómo pudiste soportar todo este tiempo encerrado en esa sombría caballeriza? –caviló Irwing–. Si fuese supersticioso, diría que estás lleno... lleno y repleto de... ¡magia!».

Luego el animal se irguió sobre sus patas traseras junto al árbol; estiró el cuello hasta las ramas y con la lengua absorbió una pequeña gota de agua fría y congelada que caía de una estalactita. Sus patas delanteras hicieron saltar la nieve al volver a caer al piso, y con un peculiar relincho el caballo miró a Irwing. Este pensó que, si lo imposible comenzara a hacerse cierto, en ese momento juraría que el animal estaba sonriendo y que una prolongada y definida mueca estaba dibujada en su hocico manchado. Pero borró esas locas ideas de su cabeza, espoleó a Perla y salió a trote parejo hacia su casa.

Al llegar allí nadie estaba afuera. Con discreción se dirigió al establo. El caballo pintado lo siguió, pacíficamente, sin provocar altercados. Una vez en el pequeño box del viejo establo, Irwing desmontó a Perla, para luego liberarla de todas las cinchas y demás elementos de montura; la dejó comiendo paja en un pequeño apartado del lugar. Mientras tanto, atisbando el sitio desde afuera, sin atreverse a poner un pie dentro, el potro salvaje examinaba a Irwing con aire de intriga.

–¿Estoy loco? –se preguntó Irwing en voz alta–. ¿Es cierto que puedo percibir expresiones en tu rostro?

El caballo relinchó juguetonamente, sacudiendo el blanco y largo pelo del tupé, que caía de manera desprolija sobre toda su testa. Irwing se le aproximó, siempre manteniendo una actitud prudencial, y lo cogió por las quijadas. Observó sus grandes ojos, coloreados de verde intenso y claro, cristalinos y profundos, como jóvenes brotes de hojas vistas a través de una gota de rocío, bruñidos; era notoria una gran historia en ellos. «Nunca encontraría un caballo con estos ojos, son tan increíbles» se dijo Irwing hacia sus adentros. Luego sonrió, ¿era cierto que ya tenía un caballo? La situación había sido tan distinta a comprarlo con el dinero ahorrado, a lo que él pensaba que pasaría, que olvidaba que estaba en presencia de su nuevo potro. ¿Qué pensarían sus amigos al verlo? ¡Morirían de la envidia! Intentó agarrarlo y meterlo al establo, pero el animal comenzó a ponerse nervioso al percibir las intenciones de Irwing.

IRWING y El Legado de los Unicornios.Where stories live. Discover now