—¡Henry! ¡¿Qué haces aquí?! —gritaba Ginny en el marco de la puerta. Había salido a ver el pasillo, preocupada porque sus hijos aún lo llegaban y ya estaban por ser las doce de la noche. 

Henry se despertó respirando frenéticamente y con los ojos abiertos como platos abrazó a su madre. A su mente volvieron las imágenes de aquella tarde, aquel sótano.

—¿Hijo, te encuentras bien?

—S-Sí.

—¿Y tu hermana? —preguntó su madre acuñando su rostro en entre las manos. Tenía la piel áspera por el detergente y el agua caliente, pero eran reconfortantes.

—Ella... —Aria fue secuestrada por un chico en la montaña y posiblemente esté muerta, pensó, pero al mirar los ojos cansados de su madre, dijo—. Conoció a una chica de otra habitación y dijo que pasaría la noche con ella y su familia.

—¿Y por qué te dejó aquí solo frente a la puerta? —Ginny fruncía el ceño.

—Es que... le dije que podía volver yo solo, pero tenía mucho sueño y me quedé dormido... siento mucho haberte preocupado, mamá.

Ginny suspiró y acarició el cabello de su hijo. Dijo que todo estaba bien, y Henry quiso creerlo con todas sus fuerzas. Nunca más estaría bien. Entró después de su madre y al cerrar la puerta el sonido le hizo acordar a cuando Joseph abrió la puerta de ese lugar escalofriante y todas esas almas...

—¿Henry, estás aquí? .dijo Clarck chasqueando los dedos frente a sus ojos.

—Sí... —contestó Henry, pero no estaba seguro. Una parte de él había quedado allí abajo, para siempre.

Se metió en su saco de dormir y lo cerró hasta arriba. Estaba apoyada contra la pared de la cocina, y la luz de la vela la tenía obnubilada. Esa pequeña mecha que comenzaba siendo azul y luego tomaba un color dorado intenso, que bailaba y hacía hermosos dibujos en la nada.

¿Crees que tu abuelo vaya a contarme lo que quiero? preguntó en el silencio absoluto.

No lo sé, no lo conozco muy bien.

Quiero que me hagas un favor. 

¿Qué? dijo Dean con un dejo de curiosidad en la voz.

Baja conmigo.

En la penumbra, Aria podía escuchar la respiración de Dean, su pecho subir y bajar sobre la silla en la que estaba sentado, reposando los brazos y la cabeza sobre la mesa. Podía imaginar sus ojos asustados y sus labios fruncidos.

De acuerdo. respondió y Aria dio un respingo de sorpresa. 


En la mañana las cosas fueron un tanto extrañas. No había rastros de hostilidad en Dean y parecía casi feliz de dejar su pequeña casa. Aunque el miedo era palpable en su cuerpo. Mientras bajaban la montaña, su cara se ponía más pálida y parecía a punto de vomitar. Evadieron las ramas, las raíces en el suelo y la molesta niebla que salía de los árboles muertos. Dean la pateaba con el pie y maldecía, desde pequeño que no la veía.

Finalmente llegaron a los comienzos de la casa. Contemplaron la inmensidad de la mansión ante sus ojos, y cómo el viento soplaba las hebras de pasto seco y amarillento...

—No puede saber que estoy aquí.

—Hay muchos lugares para esconderse. Además, nadie te conoce.

—No sé si eso es bueno, o deprimente —bromeó Dean y Aria esbozó una sonrisa.

—Para ti es bueno. 

—Sigo sin entender por qué querías que bajara.

—Porque solo confío en dos personas en este momento, tú y tu abuelo, y si algo malo llega a pasar, necesitaré tu ayuda.

—Bien —respondió Dean. Se sentía bien saber que te necesitaban. Tomó la mochila del suelo, ya que ahora sería él el que tendría que dormir en algún callejón en la bolsa de dormir y usar la linterna. Estaba por darse vuelta, pero Aria lo tomó del brazo.

—Espera, ¿Cómo sabrás que te necesito si no puedo siquiera llamarte? —dijo Aria cayendo en cuenta de la realidad.

—Descuida, lo sabré. —respondió simplemente él y sin más rodeos comenzó a correr por las calles hasta desaparecer tras la niebla. No creía necesario decirle que estaría merodeando constantemente la casa, esperando el momento de actuar.

Aria estaba asustada, pensando en lo que vendría. Mientras volvía a la casa pudo ver a Joseph saliendo desde el otro lado del lugar, con un semblante lúgubre. Este inclinó la cabeza en forma de saludo, pero ella lo detuvo con la mano. El anciano se sorprendió y una pequeña sonrisa se plasmó en su rostro.

—¡Señorita Darkwood! Extrañé su presencia ayer por la tarde.

—Señor Willmur, tenemos que hablar.

—¿Qué sucede? —preguntó Joseph mientras se le borraba la sonrisa de los labios.

—Yo... conocí a su nieto.

Las pupilas del hombre se dilataron y tragó duramente —¿Qué es lo que busca, Aria?

—La verdad.

—Buen, eso nos llevará un largo rato.

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