Capítulo 6: Y... Más golpes. (Part. 2)

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Su expresión era sería y se le veía relajado, me miraba sin perturbación y su mirada era abrazadora. No me moví, aún estaba procesando sus palabras. 

-¿Qué? -logré susurrar ante mi asombro.

-Quiero que te desvistas -volvió a repetir sin inmutarse.

-No... -empecé a mascullar mientras movía la cabeza de un lado para otro.

-¿No? -negué, entonces se acercó dos pasos a mí, sentía su fuerte respiración en la corona de mi cabeza- ¡Hazlo! -casi que gritó, tomó el borde de mi camisa y la empezó a tirar hacia arriba.

Me aleje de él y me choque con el lavado en el camino. Si no podía hacerlo yo, mucho menos dejaría que lo hiciera él, eso es muy privado. No levanté la cabeza porque mis ojos estaban llenos de lágrimas sin salir, tuve que aclararme la garganta antes de tartamudear un "Yo puedo". Al oír mis palabras se alejó de nuevo posicionándose en el marco de la puerta.
Con lentitud y temblor, mis manos agarraron el borde de mi camisa levantándola, la saque por mi cabeza quedándome en sostén, mi piel pálida se erizó al no sentir el contacto con la prenda, no le vi la cara, pues entonces vería mis lágrimas, pero escuché cómo su respiración se agitaba, y de sus labios se escuchó un jadeó.

-Continúa -dijo y su voz era casi un susurro.

Tome el borde de mi corto pantalón y desabrochando los botones y a su paso la cremallera, la prenda se resbaló libre por mis delgadas piernas, llegando a mis pies; quedándome solo lencería ante su escrutadora mirada. No paraba de mirarme, lo sentía, eso me incomodaba y me hacia temblar. 

Le miré, esta vez fijamente a los ojos, suplicándole sin palabras que por favor me dejara sola, que se marchara, que me dejara en paz. Me devolvió la mirada, entendiendo a mi silenciosa suplica, con expresión vacilante accedió, salió de la habitación con un asentamiento de cabeza.
Respire profundamente con normalidad, pero aún estaba aterrada que en cualquier momento cambiara de opinión y volviera, así que me apresuré a esconderme tras la cortina mientras terminaba.

Tomé un largo baño, tan largo que la punta de mis dedos están tan arrugados con un anciano de 80 años, tomen un tan largo baño que sentí como se hidrataba mi piel, dure tanto tiempo en aquella tina que los minutos parecían horas o quizá, así fue. Cerré los ojos tratando de imaginarme a mi misma tomando una ducha en mi casa, tratando tener un pedacito de paz, me visualice a mi misma en mi cuarto, en mi casa, mientras la música sonaba en los parlantes, mientras refrescaba mi cuerpo de un largo día... pero claro, al abrir los ojos la realidad chocó conmigo, me golpeó brutalmente dejándome indefensa y anonadada, pues no estaba preparada para su llegada. 

Supe que era el momento de salir, me vestí con la ropa que él tenía preparada para mí, me sequé el cabello y pensé que era la oportunidad perfecta para escapar pues no le escuchaba desde hace un buen rato, me asomé cuidadosamente a la puerta pero antes de que mi plan diera algún fruto, él estaba a dos escasos metros, sentado en el piso contra la pared mirando su celular. A la luz, pude observar su cara, le observé mucho tiempo, buscando alguna conexión con él, algún saludo, un vistazo y en un par de minutos lo hice, le reconocí, lo había visto un par de veces en el centro comercial y una que otra vez después de la escuela.

¿Cómo no pude saber que me estaba siguiendo? ¿Cómo no puede entender el peligro que corría en aquella época? Estaba furiosa. 

Él alertó mi presencia y giró a verme, guardó el celular y se levantó. 

Mi corta libertad, llegó a su fin.

Me condujo de vuelta a la habitación y presto iba a amarrarme a la cama, le suplique silenciosamente que no lo hiciera, pues los hematomas en mis muñecas y tobillos me dolían bastante. Él lo entendió, pero me dijo que guardara mucho silencio y que al menor grito me ataba. Acepte sin reclamo, ya se me ocurriría algo útil.

El Pequeño Cuarto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora