Salvadora

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○Emma

Era como un sueño. Un extraño sueño del que no podía despertar. El suelo estaba cubierto de cenizas, el polvo bañaba el aire, y mis piernas no respondían. Todo a mi alrededor estaba marcado por la destrucción. El tiempo parecía estar parado, mi respiración permanecía inmóvil en el tiempo. Era difícil saber dónde estaba el límite entre unas y otras casas, todas demolidas y enterradas bajo una capa de polvo. Identifiqué la tienda de Gold por el letrero, hecho pedazos junto al semáforo caído. Hasta eso había caído.

Miré a mi alrededor, intentando encontrar algo a lo que aferrarme, algo que siguiera en pie. No pude encontrar el edificio de mis padres, seguramente el viento se había llevado sus cenizas. La mansión blanca, sin embargo, no me costó distinguirla entre las ruinas de la ciudad que amaba. Solo pensar en que no había resistido, en que la casa de Regina había caído, provocaba que se me encogiera el pecho. Significaba que no quedaba esperanza.

Entonces recordé. Recordé cómo había empezado todo.

Henry me llevó hasta el porche, ahora irreconocible entre las cenizas. Allí estaba Regina. Me miró, y me odió. Pero ya no nos odiabamos. Nos hicimos amigas. Recuerdo su mirada cuando me sonreía. Gritaba. Ahora gritaba. Gritaba cuando intentamos levantar el poste que le había caído encima al empujar a mi madre. Su pierna estaba atrapada, y el cielo rugía con fuerza. El suelo temblaba, y cada vez respirabamos más polvo. Solté su mano.

Dicen que las desgracias no tienen ningún sentido, y que eso es lo que las hace tan horribles. No tuvimos oportunidad de luchar una guerra, de defendernos... Quemaron el libro. Quemaron el libro y el mundo se volvió loco.

Gracias a dios, Henry hacía un par de meses que se había ido. Zelena fue la más sensata de todos. Cuando los temblores comenzaron se metió en un coche y sacó a Robin de allí. Quiso llevarse también a su hermana, pero Regina quería ayudar a la gente a salir. Decía que era su deber como alcaldesa. Y el mío como Salvadora.

Me gustaría haber estado ahí cuando ese poste cayó sobre ella, para haber ocupado su lugar. Salvó a mi madre. No podíamos levantarlo, y el suelo pegaba sacudidas cada vez más fuertes. Ellos sabían que no podríamos sacarla de allí, y ella también lo sabía. Pero yo me negaba a irme sin Regina.

Les pedí a mis padres que se fueran. Tenían que cuidar de Neal. Les prometí que iría con ellos en cuanto sacaramos a Regina. Killian me ayudó a regañadientes. Él también sabía que no podíamos ayudarla, pero no quiso dejarme. La ciudad entera tembló. Se abrieron grietas en el suelo, y conseguimos liberar la pierna de Regina. La agarré con fuerza, no pudo ponerse en pie. De pronto sentimos un crujido, un temblor, y el suelo cedió.

-¡Regina!-

La agarré con tanta fuerza, que no estoy segura de a qué se debió su grito; si al miedo, al dolor, o a mí.

-¡Swan!- Killian intentó acercarse, pero el terreno no era estable.

Regina estaba colgando de mí, bajo sus pies se encontraba el vacío, un boquete profundo y oscuro. El suelo temblaba, y ella gritaba. Como gritaba...y las lágrimas salpicaban su rostro. Sabía que no volvería a ver a Henry. Intenté subirla, pero cada vez que me movía se desprendía parte de la tierra y el cemento en el que yo me sostenía. No aguantaría mucho más. Necesitábamos ayuda.

-Emma...- Sollozó subiendo la mirada.

-No voy a soltarte, Regina...- Aseguré apretando los dientes.

-No puedes hacerlo, Emma, no puedes sacarme de aquí...- Rompió a llorar. -Por favor, tienes que decirle a Henry que le quiero, por favor, Emma, tienes que...-

-No me iré sin ti...- Sentí las lágrimas resbalar por mis mejillas. A penas sentía los brazos. No resistiría.

-Dile que le quiero, Emma...- Comenzó a escurrise. -Por favor, Emma. Por favor, abrazalo por mí... ¡Ahh!-

-¡Regina!- Me aferré a sus muñecas, clavando mis uñas en sus manos, pero de repente...de repente ya no estaba. -¡¡¡Regina!!!-

Killian me agarró y tiró de mí hacia atrás, y si no lo hubiese hecho, probablemente hubiera saltado tras ella. Pero ya era tarde, porque su grito al soltarse se había hecho con el control de mi mente. La llamaba desesperada. Habría saltado. Habría saltado sin pararme a pensarlo si no me hubiese sujetado.

Las grietas comenzaron a expandirse, el suelo cedía, todo se derrumbaba, en silencio. Todo estaba en silencio. Y, al cruzar la linde, todos nos miraron con el corazón en un puño. Zelena tuvo que dejar a Robin en brazos de mi madre. Caminó hacia la linde, y cayó de rodillas frente a la línea que separaba la ciudad del resto del mundo. Todo estaba en silencio. Mi madre me abrazó. Ya no podía respirar. Puede que Killian me hubiera traído hasta aquí, pero yo había caído al agujero con ella. Y todo iba marcha atrás en mi cabeza; cogía su mano, dejábamos caer el poste, ella se apartaba de la trayectoria de impacto, lo que había caído se levantaba, los gritos eran reemplazados por el sonido de una respiración, sonreía, me miraba, me odiaba, corría hacía su porche, cerraba la puerta, Henry llamaba a mi puerta, <<Me llamo Henry, soy tu hijo.>>, no soltaba su mano. No soltaba su mano.

¿Cómo iba a explicárselo a nuestro hijo?










RuinasWhere stories live. Discover now