—Yo debería estar diciéndote eso, Izuku. ¿Cómo te sientes? ¿No te duele mucho? Te he puesto un montón de dormidores, pero tus heridas son bastante... profundas... el dolor no se puede apagar por completo. ¿Quieres comer algo?

Luce muy angustiada, aunque a la vez luce como que intenta disimularlo. Izuku intenta forzarse a formular una sonrisa tranquilizadora, que no sabe si le sale.

—Tengo mucha sed. Y me siento bien, no te preocupes.

Es cierto que hay dolor, pero no es terrible. Es mil veces más soportable que el que recuerda haber sentido antes, cuando había despertado en los brazos de Momochan.

Preguntas.

Preguntas.

Burbujean demasiadas preguntas en su cabeza y, cuando Momochan se pone de pie, inmediatamente le asalta la más importante de todas.

—¿En dónde está Kacchan?

La muchacha se detiene de súbito, dándole la espalda. Su coleta de caballo cae tras su cabeza, siendo lo poco que Izuku ve de ella. Ella voltea el rostro despacio, viéndole por encima de su hombro.

—¿No lo recuerdas, Izuku?

Izuku traga una saliva inexistente.

—N-no —su voz sale rasposa y Momo se apresura a ir a buscar el agua. No dice nada hasta que ya está inclinando un vaso del líquido sobre los labios de Izuku, sosteniendo la cabeza de éste un poco en alto para que no se le caiga. Izuku bebe. El agua se siente congelante por algún motivo y le lastima, pero la bebe de todas formas porque la necesita. Cuando acaba, Momo deja el vaso a un lado y se vuelve a sentar en la silla que está a un lado de la cama, entre ésta y la ventana.

Suspira.

—¿Recuerdas a ese otro Señor que apareció? —cuestiona tras un instante. Izuku asiente con suavidad, sin moverse mucho. Momo toma aire, y luego lo suelta, la voz tropezándose, borboteando con remordimientos—. Él nos atacó. El Señor Bakugou luchó contra él, pero... p-pero... n-no lo sé, lo entendí muy tarde. Entendí muy tarde que no estaba luchando con él porque creía que sería capaz de derrotarlo. Nos estaba comprando tiempo, Izuku, tiempo en el que yo debí tomarte y huir de ahí, y, en vez de eso... en vez de eso, pensé que debería permanecer a su lado. Ayudarle. Y, por eso... tanto él como tú...

La mirada de Momo se desvía e Izuku siente mucha pena, dándose cuenta de lo arrepentida que está.

—Momochan, no...

—No intentes consolarme, Izuku —interrumpe ella, viéndole nuevamente y obligándose a sonreír—. Porque debería ser al contrario. Y me sentiré peor si tú tienes que sentirte mal por mí en este momento. Recuperaremos al Señor Bakugou, ¿está bien? Pero ahora tan sólo necesito que te concentres en sanar.

Izuku cierra la boca y asiente.

Sanar. Ni siquiera sabe aún qué es lo que tiene que sanar. No recuerda esa parte, la parte en la que se hizo daño. Tampoco recuerda haber visto a Kacchan lastimarse. Tiene una extendida laguna mental por la que ahora no quiere preguntar. Teme la respuesta.

Finalmente mueve el rostro hacia el lado derecho y mira su brazo, al cual encuentra completamente vendado. Sin embargo, los vendajes se notan manchados de un carmín oscuro. Izuku se percata de que la pestilencia de carne y sangre se ha estado deteriorando, empezando a volverse aquel aroma putrefacto que notara antes.

—En mi entrenamiento como guerrera me enseñaron algunas cosas sobre medicina y curación, Izuku —explica Momo, como si entendiera la dirección de sus pensamientos—. Lo que te he puesto es un ungüento especial que se fabrica en Marcelle. Tiene un leve encantamiento que absorbe despacio las heridas y estimula la curación. Tengo que cambiar los vendajes constantemente y ponerte ungüento nuevo, porque el viejo empieza a pudrirse. Son las heridas que se van.

Mi Señor de los DragonesWhere stories live. Discover now