–¿Qué sucede amigo? –le habló el joven, con tono suave–

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–¿Qué sucede amigo? –le habló el joven, con tono suave–. Si no permaneces adentro, podrías enfermarte. Debo cuidarte. Vamos, anda... no voy a dejarte ahí encerrado todo el día. Prometo que más tarde vendré por ti.

Y, mágicamente, como si el animal le hubiera entendido cada palabra, sin protestas ni relinchos, el gigantesco equino ingresó al establo y se ubicó junto a Perla a comer un poco de paja.

–Eso es, buen chico. Ahora déjame hablar con mamá y papá. Luego te buscaré un nombre y vendré por ti, ¿qué te parece? ¿Eh? Correremos libres, te lo prometo–. Y diciendo esto, Irwing corrió rápidamente hacia la cabaña, contento y confuso a la misma vez.

Entró exasperado y se topó con su madre y Timoteo sentados en la cocina, conversando.

–¿Qué ha sucedido contigo, muchacho? –preguntó Elena, al verlo jadeante.

Irwing vaciló en responder, durante el camino había premeditado muchas maneras de enfrentar a su familia y decirle que pretendía quedarse con el potro que casi deja sin pierna a su hermano. Pero ahora que afrontaba la situación y los tenían delante de él, todo era más peliagudo de lo que vaticinó. ¿Creerían que se trataba de un simple canijo miserable?

–¿Y? –indagó Timoteo al ver que su hermano no confesaba–. ¿Qué ha sucedido en el rancho de Tom? ¿Te ha conseguido un potro?

–Bueno... –comenzó Irwing, medrosamente–, la verdad es que sí he conseguido un caballo. Pero no es exactamente lo que... bueno... lo que ustedes esperarían.

Elena se puso de pie, conocía a Irwing, y cuando empezaba a dar esos rodeos era porque se había metido en un gran problema.

–¿A qué te refieres, jovencito? –dijo en tono grave.

Timoteo, quién miraba a Irwing suspicazmente, pues ya había adivinado la situación de inmediato, sintió que una excitación recorrió su cuerpo al predecir que su hermano había traído consigo al potro manchado. Se paró alterado y salió corriendo hacia la puerta de la casa, trastabillando por su extremidad lisiada.

Elena lo observó confundida.

–¿De veras has hecho eso? –investigó Timoteo a Irwing, centrando su vista en las afueras, escudriñando los alrededores de la vivienda–. ¿Dónde lo tienes? ¿Cómo lo has conseguido? ¡Dime! ¡Irwing, dímelo todo!

El pequeño Irwing enmudeció al ver que su hermano ya lo sabía todo, ¿cómo era posible?

–¿Cómo lo has adivinado? –preguntó, atónito.

–¡Vamos, Irwing! Eres mi hermano y te conozco, pude leer en las expresiones de tu rostro los hechos. No hay que ser un genio para entenderte.

–¿Qué está sucediendo aquí? –gritó Elena.

Pero Timoteo no le prestó atención, ayudándose con el bastón salió afuera y se arrastró por la nieve hasta el establo. Adentro de la casa, Elena miraba con una expresión furiosa a Irwing, a tal punto que el claro de sus ojos verdosos se había vuelto negro oscuro. ¡Estaba hecha una fiera!

IRWING y El Legado de los Unicornios.Where stories live. Discover now