Capítulo 8: Dificultades latentes

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Un calor abrasador invadía su cuerpo por completo, su respiración sofocada no le traía alivio, sólo desesperación, la persistencia del resabio ferroso en su lengua le desconcertaba, en su vientre un agradable cosquilleo se aloja, haciéndole ignorar el mareo que sinuoso intentaba abrirse camino, apretó las sabanas bajo sus manos, escuchándolas tronar como si fueran atravesadas por algo, quizás rompiéndose por la tensión, sus piernas temblaban y no sabía el por qué, sintiéndose sudoroso, desorientado, agotado. De un momento a otro una obvia idea cruzó por su mente, imaginando el golpearse a sí mismo por su imprudencia, se atreve a despegar sus parpados que en todo momento mantuvo contraídos, abriendo un portal a un mundo ajeno, sus sentidos se agudizaron repentinamente, proporcionándole información como un fuerte golpe de realidad, el vértigo le embargó.

El aire pesado por las feromonas le estaba ahogando, fuerte, almizclado y ligeramente dulzón, la temperatura tan alta provenía de un cuerpo debajo suyo, mismo al que se mantenía conectado de una particular forma que le estremecía, no podía moverse, ni alejarse, estaba atrapado, recorrió la piel ajena con su mirada, escuchando con claridad los bajos quejidos provenientes de alguien más, percibió entonces una mordida sangrante, no, varias, en los delgados hombros, en la tersa nuca que se adornaba de cabellos oscuros, mismos que pasaron a segundo plano pues por fin pudo reconocer el rostro que se había volteado para verle, estaba empapado, en sudor, en lágrimas, con las facciones desencajadas, castaños ojos dilatados, brillantes, acompañados de una temblorosa sonrisa.



-Volviste... -su voz se quebró.




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El cielo comenzaba a clarear, anunciando un nuevo día, algunas aves cantaban, desperezándose en sus nidos, el clima estaba mucho más cálido que las anteriores semanas, seguramente porque el invierno estaba a poco de terminar, los brotes de flores y hojas comenzaban a formarse en las ramas desnudas de los árboles, eran las vísperas a una nueva estación, de un nuevo inicio. Así como el destino no dormía, sus parpados apenas pegaron ojo en toda la noche, no lo malentiendan, no es que no quisiera casarse, sólo estaba nervioso por lo que pasaría después de eso, se avergonzaba de algunos pensamientos indecentes provocados por el instinto, si llegaba a conciliar el sueño su mente le traicionaba con escenas candentes donde cierto chico japonés era el protagonista, transformándose en pesadillas la mitad de las veces, quizás el incidente de la noche anterior había movido algo en él, si bien, el omega siempre buscaba incitarlo de un modo u otro, ésta vez fue muy directo, no podía negar su evidente atracción, pero era algo novedoso, temible.

Siempre fue una persona con un espíritu libre, igual que su padre, pero con el tiempo las cosas cambian, existen sucesos en la vida que te hacen madurar de golpe, responsabilidades que te obligan a controlarte, así aprendió a dominar sus emociones, aparentar perfección, raciocinio, pero todo era muy distinto al lado de Yuuri, lo sacaba de su zona de confort, le descontrolaba, incluso sus propias feromonas habían sido más activas desde que se instaló en Hasetsu, le aterraba volverse agresivo y prepotente, como todo un alfa, no lo soportaba, lo vio muchas veces en su niñez, en su adolescencia, como su propio género sometía a su contraparte y a quien se les cruzara por enfrente, él no quería ser así, mucho menos con su adoración, nunca se lo perdonaría, prefería alejarse de él, pero el destino es cruel y el sólo hecho de pensar no estar a su lado le hacía desfallecer, tener una pareja Gamma era una sensación agridulce, aun así, no se arrepentía de lo lejos que llegaron, se amaban y tenían toda una vida por delante juntos.

Dulce ViktorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora