Capítulo 23. No quiero llorar...

Comenzar desde el principio
                                    

Y lo veo. Es perfecto y maravilloso. Parece que emana una luz especial. “¿Tiene un halo o es que la felicidad plena produce visiones?”

Veo a Oscar de esmoquin, sentado al fondo del majestuoso salón de enormes ventanales con vistas a Central Park, sereno, jugando con sus dedos sobre el mantel.

Alza la cabeza e, inmediatamente, que me ve aproximarme acompañada del maître, se levanta mirándome de arriba abajo.

Le agradece el que me hubiera acompañado, estrechándole la mano y dejándole una sutil propina; y me abraza fuerte por la cintura como si hiciera un mes que no me ve, dándome un nada inocente beso justo dónde el cuello se convierte en hombro haciendo que toda mi piel reaccione y mi pecho ascienda agitado.

Dejo escapar, involuntariamente, un sutil jadeo junto a su oído que provoca en él la misma reacción que su beso ha provocado en mí.

Me besa levemente los labios y se separa de mí, dejándome un vacío abismal que solo se llenará cuando entre en contacto de nuevo con su piel.

Muy caballeroso me retira la silla y me acomoda antes de volver a la suya. Todas las miradas del salón vuelven a su quehacer y nos dejan en paz.

La cena está siendo deliciosa tanto por la compañía y la conversación, como por la comida. Reímos, hablamos, intercambiamos historias, bebemos y brindamos. Juro por todos los dioses que en la vida había pensado que la sensación de estar en una nube fuera cierta. El poder de atracción de Oscar, hace que todo desaparezca, la gente, las mesas, las paredes, los camareros incluso la luz. Es como un agujero negro que me va a llevar a dónde quiera…

Y cuando todo está siendo perfecto… se me ocurre ir al baño. Pero por causa de fuerza, no sé si mayor… Solamente necesito refrescarme un poco y hacer pis.

Nada más entrar me encuentro con la pelirroja que me está echando la peor mirada que me habían echado en mi vida.

Paso de ella y entro al servicio sin volver la cara.

Cuando salgo, ahí está, con cara de enfadada, bloqueándome el camino hacia el lavabo.

-          ¿Me permite? – le pregunto educada haciendo ademán de pasar, pero no se mueve ni un milímetro.

-          No eres más que un zorrón calientapollas. – Afirma en toda mi cara con rotundidad, mirándome desafiante.

-          ¿Perdona…? – mi gata interna empieza a despertarse, pero la contengo como puedo… – Me parece que no me conoces para afirmar nada sobre mí y ahora si me disculpas… - la rodeo intentando llegar hasta el lavabo chocándole el hombro. La pelirroja se gira tras de mí y se me acerca por detrás…

-          Te sugiero que dejes a Rob en paz o te las verás conmigo – su tono es desafiante, pero a mí me da un ataque de risa “¿pero que se habrá creído esta?”

-          No sabía que Rob en sus viajes contrataba guardaespaldas de los suburbios… - digo en tono sarcástico. – Lo que yo haga o deje de hacer con Rob y con mi vida, no es asunto tuyo. – Me doy la vuelta para volver con Oscar y olvidar este desafortunado encuentro, cuando la pelirroja me coge del brazo, obligándome a darme la vuelta.

-          Tu vida y lo que haces con ella, es asunto mío si estás destrozando la de mi hermano, ¿entiendes? – Palidecí por un instante “…destrozando…” “…hermano…” Aun así no tiene derecho a insultarme, ni a meterse en mi vida. Rob ya es mayorcito para arreglar sus asuntos… Reacciono bastante enfadada.

-          Que me sueltes, ¡coño! – me zafo de su agarre con un fuerte tirón – Y ya te he dicho que lo que yo tenga que hablar con Rob, por muy hermano tuyo que sea, es mi problema y el de Rob, y no el tuyo. ¡Buenas noches, ostias! – Me giro con toda la dignidad que pude reunir, aunque por dentro temblaba como un flan y salgo del baño con la cabeza muy alta.

Soy adicta al sexo Wattys 2014Donde viven las historias. Descúbrelo ahora