Capítulo 8

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Ataleo Pagano sintió que algo, dentro de su pecho bajó a algún sitio en sus rodillas. ¿Era que se había asustado... o simplemente se sentía el peor imbécil del universo?

Había dejado las vitaminas y complementos dentro de su mochila, la cual Marzia solía ayudarle a arreglar por las mañanas, mientras él se duchaba, cuando se le hacía tarde para ir a la Universidad.

Y se quedó ahí, quieto, en el marco de la puerta, sin poder moverse siquiera, mirando a su novia leyendo las etiquetas de las píldoras.

—¿Qué es esto? —finalmente preguntó ella, mirándolo, frunciendo el ceño ligeramente.

Leo tartamudeó. No sabía qué responder. Nunca le había...

—Me he sentido un poco cansado —finalmente, y por primera vez en su historia, le mintió.

Marzia, aun sujetando el frasco de ácido fólico, desvió la mirada y volvió a guardarlo en la mochila. Leo jamás sabría lo miserable que se había sentido ella: había creído que él estaba pasando por demasiado. Era él quien seguía en la escuela, era él quien luego corría al trabajo y no paraba hasta casi la media noche y, luego de unas pocas horas, volvía a empezar... Y ella ahí, sin poder conseguir empleo.

Leo jamás sabría lo que había pasado por la mente de Marzia, así como la profunda tristeza en la que ella estaba sumergida todo el tiempo.

—Te preparé un licuado con avena —cambió ella de tema—. Te lo puse en un termo para que te lo puedas beber en el camino.

El muchacho asintió y no se percató de que ni siquiera dio las gracias. Estaba aliviado de que Marzia lo hubiese creído, de que no hiciese hecho más preguntas... Sin embargo, cuando estaba ya en el autobús y se bebió una pastilla de ácido fólico con un trago del licuado —intentado que él se alimentara con algo más que chatarra en la escuela—, sintió que la traicionaba...

«Solo es una donación» se recordó, intentado creérselo.

Los abogados le habían explicado a Leo que, en Derecho, cuando los días se señalan con número, son días hábiles, mientras que cuando se habla de «semanas» o «meses», son naturales, así que el muchacho marcó la fecha en su memoria: sería el ocho de...

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Los abogados le habían explicado a Leo que, en Derecho, cuando los días se señalan con número, son días hábiles, mientras que cuando se habla de «semanas» o «meses», son naturales, así que el muchacho marcó la fecha en su memoria: sería el ocho de noviembre la... donación, sería el segundo martes del penúltimo del año, y también el día mundial del urbanismo... Leo recordaba ese dato porque había sido parte de las preguntas del primer examen que reprobó en la facultad y, aunque no era supersticioso, se preguntó si acaso la coincidencia llevaba implícita algún mal augurio.

Frecuentemente luchaba contra sí mismo para ignorar esos pensamientos negativos y trataba de seguir al pie de la letra las indicaciones que le habían hecho, y eso incluyó abstenerse de intimidad por al menos 48 horas antes de la donación —no había sido difícil: luego de seis años de noviazgo (cuatro de ellos viviendo juntos) las relaciones sexuales no eran ya un impulso incontrolable entre ambos... Además, Marzia, durante todo el último año había estado tocándolo poco—... Mismas 48 horas en las que se preguntó, un millón de veces, si realmente sería capaz de hacer la donación. Incluso aquella misma mañana, mientras esperaba el autobús para ir a la clínica, seguía preguntándoselo.

La sombra de la rosa ©Kde žijí příběhy. Začni objevovat