23. Taladras el alma

7 0 0
                                    


Estoy loca. Esa es la única explicación por la que estoy afuera de la casa de Diego a las once de la noche. Dios, estoy tan cansada. Antes de poder arrepentirme toco la puerta. No le avisé que venía. ¿Y si salió? Espero unos cuantos minutos y nada. No se oye ni siquiera ruido adentro. Pero sé que si me voy no volveré así que me siento en las escaleras afuera de su puerta determinada a esperarlo.

***

Había olvidado lo asquerosa que era la cerveza. Nunca me gustó demasiado pero tomar con los de atletismo, ya no era tan divertido como antes. Ni siquiera me pude poner borracho. Voy entrando cuando veo a alguien apoyado en mi puerta. Está oscuro pero reconozco la sudadera gris y los converse blancos. Es Lluvia. Y está dormida afuera de mi casa. ¿Qué hace aquí? La muevo tantito y ella hace sus ruiditos característicos pero no se despierta. Suspiro, no pensaba hablar con ella hasta mañana o dentro de una semana...pero no la puedo dejar aquí. Con una mano abro la puerta y con la otra la sostengo para que no se caiga. Ella se mueve levemente pero sigue durmiendo, esta chica tiene el sueño muy pesado. Finalmente opto por cargarla y dejarla en el sillón. Ella se aferra a mis brazos, entreabre los ojos, y los cierra, parece que hace un esfuerzo por despertar.

–No te vayas, todos se van–ella susurra entre bostezos. Habla dormida.

–No me voy a ir–le aseguro. 

–Siempre alejo a todo mundo pero tú....

Me tenso esperando que me va a decir. Si no la conociera mejor pensaría que está borracha, pero su aliento no huele a alcohol, solo parece estar muy cansada.

–¿Yo qué?

–Taladras el alma.

–¿Qué?–pregunto confundido.

–Es de un poema–dice ella acomodándose en el sillón con los ojos cerrados. –¿Te has visto?

–¿En qué sentido?–porque estoy pensando que si Lluvia es así adormilada, no quiero imaginarla borracha.

–El sol–dice ella entre bostezos–el sol.

Es lo último que me dice antes de que se quede completamente dormida.

***

Lluvia

Cuando despierto y veo una sala desconocida y conocida a la vez, entro en pánico. Es la sala de Diego, y estoy en su sillón. ¿Qué he hecho?

Busco a tientas mi celular pero no lo encuentro, al parecer lo deje en mi cuarto. No tengo manera de saber la hora hasta que oigo ruidos en el cuarto al fondo. Me acerco cautelosamente y toco la puerta, Diego abre la puerta. Tiene los ojos rojos y luce cansado. Trae puesta una playera gris y un pijama de cuadros. –¿Qué pasa Lluvia?

–Perdón si te desperté, ya me iba de todos modos–digo evitando mirarlo.

–No, está bien, estaba programando.

Siento el torrente de palabras salir por mi boca atropelladamente. –Sé que no debí haber venido tan tarde, pero quería pedirte disculpas. No te contesté ayer y yo tenía una situación. Aún así estuvo mal y solo quería decirte eso. Y ya me voy.

–Si quieres te acompaño–dice él ahogando un bostezo. –No está bien....–empiezo a decir pero no sé ni como terminar la frase. Antes de poder detenerme  doy tres pasos y lo abrazo fuertemente. Culpo a las noches y madrugadas, siempre soy muy vulnerable. Como si el interruptor que mantuviera cuerdo a mi cerebro decidiera apagarse. Alguna vez leí que tus defensas bajan en las noches y por eso la gente suelta cosas, en mi caso aparentemente no me importa que él pueda odiarme o arrepentirse de lo que pasó. Solo necesito unos segundos más que me sostenga cuando me doy cuenta que ha puesto sus brazos alrededor mío. No me ha apartado aún. Quiero llorar pero me obligo a contener las lágrimas.

–¿Qué pasa Lluvia?–murmura contra mi cabello. –Todo–respondo porque es lo más cierto que puedo expresar. Pasa todo, el mundo me está ahogando y yo no puedo hacer nada.–Ven–dice mientras me hace gestos para que entre al cuarto. Lo sigo y me siento demasiado consciente de estar sola, en un cuarto con él. Espero el pánico y llega, lo recibo como la sensación familiar que es pero al verlo inclinarse para mover sus almohadas y sentarse con su computadora, siento como si algo se hubiera incendiado en mi estómago. ¿Cómo puedo desearlo cuando estoy tan triste? Oficialmente me he vuelto loca.

Él me hace señas para que me siente a lado de él mientras programa. Veo su cuarto. Las paredes son blancas y tiene varios trofeos de atletismo. Un corcho encima de su escritorio tiene fotos de él con otros chicos de atletismo y con dos adultos que supongo son sus papás. Tiene ropa tirada en el piso y algo con chamoy en el buró de a lado. Frunce el ceño mientras escribe lo que supongo que son líneas de código. Observarlo programar se vuelve una tarea extrañamente fascinante. Intento relajarme pero soy demasiado consciente de estar a lado de él, intento relajarme y siento mis ojos cerrarse de nuevo.

La chica de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora