Capítulo 22

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«No que me hayas mentido, que ya no pueda creerte, eso me aterra» — FRIEDRICH NIETZSCHE.

Camino de un lado para el otro mientras escucho que intentan tranquilizar a la señora Hidalgo, haciendo que tome un poco de agua, pero ella se atraganta por los sollozos y tose. Soy el único que no puede quedarse quieto en este momento y cuando el médico de Nina sale de su habitación con un aspecto deplorable, mi ansiedad está a punto de provocarme una arritmia. Nos mira con aire crítico y suelta un extenso suspiro mientras se quita los lentes. Todos nos acercamos inmediatamente hacia él, pero ninguno se anima a hablar.

—¿Qué sucede, doctor? —pregunta el señor Hidalgo, por fin encontrando su voz.

—Pudimos estabilizarla —nos informa y puedo sentir cómo todos los presentes soltamos el aire contenido en nuestros pulmones—. Pero Nina está muy delicada, no creo que sobreviva a otro paro cardíaco —añade y mi alma vuelve a caer hacia el subsuelo, enterrándose en el asfalto.

—¿Podemos pasar a verla? —pregunto y él niega con la cabeza.

—Señores Hidalgo, me gustaría que pasaran a mi consultorio un momento —comenta y luego voltea a vernos—. Nina está siendo monitoreada por los médicos ahora, cuando sus niveles se estabilicen, van a podrán verla. —Y sé que lo dice por mí, porque mis ganas de entrar para verla son demasiado fuertes.

Asiento y los tres entran al consultorio del médico. No sé de qué querrá hablar con ellos y mi curiosidad pica bajo mi piel, pero no indago porque sé que los padres de Nina luego me lo dirán, saben lo importante que es ella para mí.

Me siento en una de las sillas y entonces siento que Alex se sienta a mi lado. Tenso los músculos.

—¿Podemos hablar? —pregunta desaminado.

Asiento y entonces se levanta de la silla para caminar hacia el ascensor. Lo miro, pero me levanto y lo sigo. No decimos nada mientras bajamos los pisos y cuando llegamos a la cafetería, él elige una mesa junto a la ventana.

—¿Qué quieres hablar? —pregunto impaciente.

—¿Quieres café? Yo invito —pregunta ignorándome. Niego con la cabeza—. Leo por favor, si estás a la defensiva no vamos a poder hablar.

Suelto un suspiro rendido.

—Sólo un café y sin azúcar —murmuro malhumorado y fijo mis ojos en el paisaje que hay afuera mientras él hace el pedido al muchacho que atiende la cafetería.

Cuando tenemos nuestros pedidos, él suelta un suspiro con cansancio. Mis ojos lo recorren como su fuera un insecto y él levanta una ceja.

—Tenemos que arreglarnos de una buena vez. Tú no quieres ser mi amigo y yo no voy a estar rogándote, pero tenemos que llevarnos bien por ella —comenta revolviendo con la cuchara.

Observo el vapor del café y me muerdo la lengua cuando un insulto aparece en mi mente. Odio quedar como un perro rabioso cuando se trata de su "amistad" con Nina, pero no me inspira confianza porque conozco a los tipos como él.

—Es bueno que lo sepas —respondo con una sonrisa fingida.

—¿Quieres dejar de comportarte como un idiota? —pregunta con fastidio—. No me caes bien porque sé que ella sufrió mucho por tu culpa, pero tengo que aceptarlo porque ella te ama y porque aunque me cueste admitirlo, también le sacaste muchas sonrisas —añade enojado. Me quedo en silencio, observando su malhumor y me doy cuenta por su expresión, que está triste. Nos quedamos en silencio por varios segundos—. La quiero mucho y no de la manera en la que crees —comenta con la vista fija en su taza—. Me di cuenta que ella necesitaba que la protegieran, que la quisieran sin esperar nada a cambio. —Su voz se va apagando—. Y también me di cuenta que eras el único que podía proporcionarle toda esa felicidad que ella no tenía —finaliza reflexivo.

Enséñame a vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora