Comencé a toser y el pedazo de canapé fue a parar al lindo y posiblemente costoso traje de Jorge, su camisa es un asco, pero el traje estaba rescatable. Hice una mueca, pero no pude disculparme; sentí muchas manos golpeando mi espalda y cuando me pude tranquilizar, estas abandonaron mi cuerpo.

«Muy bien, tal vez sí hubiera fracasado como actriz».

De otra bandeja que sostenía un mesero, tomé una copa y bebí, el sabor dulzón de un vino me invadió de inmediato. Solo espero que no se me suba tan rápido, no tengo mucha tolerancia al alcohol.

—Eso no es cierto, Jazmín. Mi novio existe —reclamo con voz berrinchuda.

—¿Y por qué no hay ninguna foto suya posteada en tus redes sociales?

Deseé con toda mi alma volver a tener llena la copa de vino para poder llevármela a la boca y evitar abrirla para decir algo más.

Es cierto eso que dicen de que una mentira es como una pequeña bola de nieve que mientras más se mantenga, más crece.

—Ali, ¿quién es él? —pregunta Emilia a nuestra rubia favorita, mientras señala a la puerta, pero juro que cuando la volteé a ver, me guiñó un ojo.

«Gracias, amiga mía. Me salvaste de una».

El rostro de Alison perdió su sonrisa y eso aumentó mi curiosidad, así que también miré. Y me encontré con la mirada grizulada de un chico mucho más alto que yo —aunque la mayoría de las personas son más altas que mis ciento sesenta y cuatro centímetros—, con su cabello rubio oscuro, un poco despeinado, y un porte de ejecutivo con su camisa azulada y su pantalón blanco de vestir.

Me quedé embobada unos segundos, hasta que mi cerebro despertó.

Si mis amigas no lo conocen, y nadie de la fiesta lo hace...

«Esta es una mala idea, Christina, tal vez la segunda peor de toda tu vida».

Quizás las mentiras sean bolas de nieve que crecen cada segundo, pero siempre hay que llevar esa bola de nieve hasta debajo de la colina o dejar que se estampe contra un obstáculo. Y mi orgullo no está listo para toparse con una piedra.

Sonrío abiertamente, soltando un chillido que despabila a mis amigas y a sus acompañantes.

—¡Cariño!

Mi pequeña conciencia golpea su frente con la palma izquierda. Ni modo, ya no hay vuelta atrás.

Honestamente no me puse a pensar en todo lo que esta actuación podría terminar, solo caminé apresuradamente hacia el desconocido con los brazos abiertos.

Dichos brazos que le lancé al cuello antes de saltar sobre él y pegarme a su cuerpo como un orangután.

—¿Qué demo...

—Sígueme la corriente, te pagaré.

No puedo creer lo que estoy haciendo y lo que estoy pidiendo. ¡Demonios! Sí hasta podría llamarme loca antes de salir corriendo y ahora sí dejarme como tonta frente a mis amigas y sus novios.

Y eso es en el mejor de los casos, ya que bien podría ser este chico el novio o esposo de alguien más, y esa chica —o chico— podría golpearme por echarme así sobre el pobre hombre.

Pero, para mi suerte, rodeó mi cuerpo con sus brazos.

—¿Qué se supone que haga? —susurra en mi oído y me resisto de soltar un suspiro al escuchar tan divina voz.

ro al escuchar tan divina voz.

—¿Viste al grupo de chicos en donde estaba? —Asiente con su cabeza—, son mis amigas y sus novios. El hecho es que les mentí sobre un novio y por obra del destino —«O mi mala suerte que quiere que continúe con esto para después dejarme caer del precipicio y que la bola de nieve se convierta en miles de copos»— tú llegaste aquí, en donde nadie te conoce —le expliqué de corrido.

—¿Entonces quieres que finja ser tu novio? —No sé porqué, pero escondió su rostro en mi cuello.

—Algo así —mi voz tiembla, sus exhalaciones en mi cuello no ayudan mucho a mantener su estabilidad—. Por favor, estoy desesperada y no quiero que vuelvan a hacer de casamenteras, el último chico me robó la billetera y el celular. Tuve que volver a sacar mi licencia e identificación. ¿Sabes cuánto tiempo y dinero conlleva eso? —Ríe, aún conmigo encima. Cosa que, al notarlo, bajo los pies al suelo.

—Creo que al menos debo de saber tu nombre, ¿no?

Me alejo por completo de él y le sonrió. Debería haber más personas así en el mundo: dispuestos a ayudar al prójimo, aunque estos estén más locos que una cabra y te metan en una relación sin antes avisarte.

Dejé atrás la costumbre de estirar mi brazo para estrechar nuestras manos y únicamente le digo lo que necesita, con una sonrisa:

—Soy Christina Rodriguez.

—Un placer, novia. Yo soy Walter Reed.

—Lo mismo digo, novio.




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Que me vuelva a enamorar, dice. Weno no jajajaja.

¿Ya te convenció la historia? Sí es así, te espero en el siguiente capítulo ;), sí tu respuesta es no, fue un placer tenerte aquí, besitos.

Ahora sí, bai. Sigan leyendo 💋

 Sigan leyendo 💋

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¿Enamorados? Imposible (Les amoureux #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora