La mirada de Kia Iida es luminosa. Su piel tostada es recorrida por pequitas oscuras. Su cabello castaño es lacio y centellea bajo el sol.

—Gusto des árboles —responde el Señor, y luego se lleva una mano a la cara para rascarse. Sintiendo una preocupación repentina, Kia casi salta hacia él, deteniéndole la mano, porque por algún motivo no desea que se siga haciendo daño.

—¡No hagas eso! Te lastimas —le explica, sosteniendo la mano que es más grande que las suyas entre ellas. Frunce el ceño. El chico está hirviendo—. ¿Estás enfermo? —le suelta suavemente. Sus manos se dirigen naturalmente hacia su vientre. Katsuki mira dicha zona de su cuerpo, el ceño siempre fruncido, el rostro siempre serio.

—Nei, nei enfermo —eleva una mano para señalar al vientre de Kia. Ella sigue la dirección del dedo, viéndose a sí misma—. Cría.

La palabra simplona, rara, le causa una especie de ternura. Vuelve a mirar al chico.

—Bueno, yo le digo bebé. Nacerá muy pronto —comenta con una sonrisa—. Ese hombre, al que viste antes, es mi esposo. Su padre. ¿Qué hay de ti? No eres Rasaquano, ¿verdad?

Rasaquan es una ciudad pequeña y es raro no conocer a alguien, sobre todo para aquellos que han vivido ahí toda su vida. Aunque, de vez en cuando, gente de fuera llega y se instala. Los Rasaquanes lo aceptaban siempre y cuando aquella persona sea trabajadora y pacífica y no intervenga con su tranquilidad.

Pero el chico guarda silencio un momento, sin responder, los ojos aún clavados en su vientre.

Katsuki alguna vez había visto animales preñados. Sus dragones no discriminaban cuando le traían presas. Curioso, el Señor había dejado varias veces sobrevivir a las criaturas hasta que las crías nacían, así que sabe cómo eso luce.

También le había pedido a Fuyumi que se lo explicara. De todos los Todoroki, ella era la única que no era demasiado desagradable. Durante los últimos años de su vida en la montaña, ella había sido enviada de forma periódica a verle. Le llevaba libros y le enseñaba cosas. A la única pregunta que nunca respondía claramente era a "¿comán podo salire d'ici?". Ella se cansaba a decirle que obedeciera, y que entonces todo estaría bien. La mujer hablaba fluidamente su lengua. Y sentía una fascinación gigantesca por las Sombras de las Montañas.

Así que Katsuki entiende aquello. Una hembra con una cría dentro. Una esposa.

Vuelve a levantar la mirada. Kia le ve con una expresión curiosa. Una mariposa de grandes alas blancas pasa entre ellos y los dos la siguen un momento con la mirada.

—¿Estás bien? —pregunta ella cuando el bichito se ha ido y los dos vuelven a observarse—. Si necesitas algo, puedes venir a casa. Ahí podemos lavarte esas heridas.

Katsuki levanta una mano y se limpia una mejilla con el dorso, logrando embarrarse la sangre medio seca sobre la piel blanca. Como si de pronto se avergonzara de lucir así. Kia vuelve a sonreír con cierta ternura. A pesar de su apariencia vagamente fiera y su actitud tosca, Kia no alcanza a sentirse amenazada en lo más mínimo ante él.

Katsuki vuelve a verla.

—Mujer, dime algo —pide. Normalmente la habría llamado hembra, pero suficientes veces Deku le ha reprendido con relación a eso, diciéndole que así no se les dice a las mujeres. Kia asiente.

—¿Qué cosa?

—¿Por qué tu esposo te quiere?

Kia ladea la cabeza. Luego se lleva una mano a la barbilla, reposando el codo en la otra mano. Contempla al chico con curiosidad, intentando descifrarlo. La pregunta suena un poco rara, un poco grosera, pero ella sospecha que esa no ha sido su intención.

Mi Señor de los DragonesWhere stories live. Discover now