XIX: Perdóname

Depuis le début
                                    

Pero merda y merda y MERDA.

¿A qué hora piensa volver Deku?

Quizá ha pasado... ¿cuánto? ¿Media hora?

Media hora y ya no se halla en su propia piel. Media hora y está a punto de empezar a despellejarse contra la corteza de los árboles.

Se detiene.

Mira hacia la ciudad.

Olfatea.

El aroma de Deku es claro y directo. Fácil de seguir. Muy fácil. Bakugou se endereza. Mueve la nariz. Las mejillas le sangran. Frunce el ceño. Levanta una mano para lamérsela y pasársela después sobre la cara y empieza a caminar.


———


Los ojos de Kia Iida están hundidos en los de su esposo. Le toca la cara con risitas, mientras las manos de él le rozan el vientre voluminoso. La tela del vestido cae liviana a ambos lados de su cuerpo, formando pliegues varios que se balancean con el viento tan ligero que sopla. Y es que es una mañana como cualquier otra, los cielos azules, las nubes blancas y la ola de piedra que les rodea encorvada negruzcamente sobre la ciudad. Las avecillas vuelan entre las tejas de colores. Empiezan a verse mariposas surgiendo entre los jardines.

Es una mañana como cualquier otra, hasta que ella nota, por el rabillo del ojo, que alguien les observa mientras su esposo pone sus labios sobre los suyos.

Ella cierra los ojos y responde al beso, pero, después, cuando él se endereza, ella vuelve a mirar.

Y sí, está ahí. Un muchacho de inusual apariencia, contemplándolos con una expresión que ella no alcanza a leer. Piensa en decírselo a su marido.

"Ese chico nos está mirando".

Pero Kia sabe cómo son los hombres, especialmente cuando se trata de sus mujeres embarazadas. Notándole al chico las mejillas lastimadas a pesar de la distancia que les separa, así como los bordes de su capa de apariencia vieja tan maltratados, por algún motivo, ella siente un poco de pena. Un ansia de ayudarle. ¿Serán los instintos maternales que se activan con facilidad?

En todo caso, la mujer entrega el almuerzo a su esposo en una cajita de madera envuelta en tela y, despidiéndose con un nuevo beso, se aleja. Va en la dirección contraria a su hogar, así que le dice al hombre que comprará flores.

Es conveniente. Aquel muchacho está detenido no muy lejos de la florería.

Tensei la ve alejarse. Y sí, nota al individuo inusual, pero, como alguien bastante acostumbrado a vivir en una ciudad tranquila en la que lo peor que ocurre es que algún demente se ponga a predecir la destrucción del mundo en el centro de la plaza, se voltea para regresar a la panadería y dejar su almuerzo en el cuarto de atrás.

Kia se detiene en la floristería. Empieza a observar unos enormes girasoles que crecen afuera, fingiendo un bastante falso interés en ellos. Nota la mirada del muchacho sobre la nuca. Tras un momento, sonrie y levanta una mano para tocar el centro aterciopelado del girasol. Sus pétalos son naranjas y amarillos, intercalándose alegremente.

—¿Te gustan las flores? —pregunta.

El muchacho, de pelo corto y rubio, la mira con alguna clase de sorpresa, como si no se esperara que ella le hablara. Ella entonces voltea hacia él, una sonrisa amable en el rostro.

—Son bonitas, ¿verdad? En esta región crecen flores muy coloridas. Pero, ¿sabes? Dicen que en el norte crecen flores gigantes cuyo perfume se siente a hasta veinte metros de distancia. Siempre he querido ver una de esas.

Mi Señor de los DragonesOù les histoires vivent. Découvrez maintenant