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Sin intenciones de seguir alimentando ese sentimiento de celos, intenté en los siguientes días volver a llevar nuestras conversaciones como antes, pero cuando ella me pedía una foto o me preguntaba lo que estaba haciendo, yo no mentía y enviaba una foto con mis amigos. Su cambio era automático, inmediatamente se alejaba.

Quedaba apenas una semana para iniciar las clases y tenía miedo de lo que me encontraría al llegar. Era mi último año y no quería pasarlo solo. Mi amistad con Laura había mutado en este tiempo y me negaba a perderla, pero creo que era lo que ocurriría irremediablemente.


—Es la última fase del plan, no puedes renunciar ahora—Gabriel estaba parado frente a mí, llevaba una hora insistiéndome en que era el momento de confesarle a Laura mi amor.

—No lo haré. No puedo—y él no podría cambiar eso. Estaba asustado y ninguna palabra de aliento me quitaría el miedo de encima.

—Está bien, Samuel. No hay problema—Gabriel se rindió y se sentó a mi lado—. Regresa a tu ciudad, sigue tu amistad con Laura. Está a su lado cuando salga de citas, cuando otros rompan su corazón sabiendo que tú nunca lo harías; cuando la lastimen y tengas que consolarla. Escúchala suspirar por otro y acompáñala hasta el altar para que se case con un pendejo que no la amará ni la mitad de lo que tú lo haces ahora.

—Ella es una belleza, Gabriel. Participará en el Miss Teen Internacional. Yo soy un gordo. Nunca se enamorará de mí.

—Bueno, creo que tú la estás sobrevalorando... digo, si, es bella, pero tiene cara de que no sabe sacar una suma, mucho menos una resta, que solo sabe de moda y maquillaje y que su definición de lectura es de alguna revista de fashion.

—Te equivocas—respondí molesto—. Ella hace trabajo comunitario, tiene un excelente promedio, es dulce, amable, no se maquilla en exceso y lee todo tipo de género. Es muy inteligente.

—Una mujer inteligente mira más allá de unos kilos, Samuel. Si ella es tan inteligente como tú dices, sabrá mirar más allá de tu gordura. Si no lo puede hacer, entonces amigo, no vale la pena porque ella es una ignorante.

—Es muy inteligente—insistí.

—Entonces dile que la amas y que sea ella quién me demuestre cuán inteligente es o cuánto no.


El GordoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora