Capítulo 7.- Pena de amor y olvido

98 4 3
                                    

La vida es una constante ironía entre la vida y la muerte, una absoluta evolución que jamás se detiene. Un frenético cambio después de otro, una lucha donde no se pide cuartel, donde no debemos de dar un respiro al adversario. Y justo en medio de todo ese dramático paisaje estaba yo, y en mis manos el control del triunfo o el fracaso. Por supuesto me refiero a que mi hermano y yo estábamos enfrascados en un glorioso juego de peleas donde, por supuesto, yo iba ganando (por eso era glorioso), y como buen jugador, no cesaba en restregarle mis triunfos a mi hermano en la cara... ¿O eso es ser mal jugador? La cosa es que mis éxitos se hilaban uno tras otro y eso no me lo quitaba nadie.

—¡Te gané otra vez! —exclamé ufano de mi combo final que logró derribar las esperanzas de mi hermano menor.

—¡No se vale!, ¡hiciste trampa! —me acusó Rafa.

—¡Ja! ¡Cuál trampa! Gané limpiamente. Sólo acepta tu derrota y tan cuates como siempre.

—Te reto a un juego más, esta vez ¡sí te voy a ganar!

—¿No quieres descansar un poco? Ya van como 7 partidas y nomas no la puedes hacer contra mí. Mejor acepta que soy tu superior en todos los sentidos.

—Sólo me has ganado por el killercombo, pero ya me enseñaré a hacerlo y te voy a vencer.

—Pues espera sentado, hermanito. Yo tardé mucho tiempo en aprenderlo, en llevarlo a una perfecta ejecución, a no fallar y quedar desprotegido cada vez que lo hago; porque esa es la bronca del killercombo: si te falla una combinación de botones al momento de aplicarlo, quedas desprotegido por unos instantes y sin más poder para reanudar la pelea.

—Ya lo aprenderé y te voy a derrotar. Acuérdate que antes ni de casualidad me ganabas —Me lanzó una mirada desafiante.

—¡Ah! Pero aprendí de mis errores y evolucioné en mi estrategia de juego. Cosa que tú no has hecho.

—Yo no me burlaba de ti cuando te ganaba.

—¿Cómo que no? ¿Y tu bailecito de la "victoria suprema"?

—Es diferente; yo lo hacía por el hecho de ganar, yo no te acarrillaba.

—Sí lo hacías, no te hagas guaje. Además ya no quiero jugar. Mejor ponte a practicar para ver si algún día, algo así como cuando cumplas noventa años, medio aprendes a ganarme.

Me levanté del sillón dejando el control inalámbrico del videojuego en una repisa alta, donde me gustaba colocarlo para que cuando mis primitos fueran de visita, no pudieran alcanzarlo, ya que era mi control y de nadie más, comprado en una tienda especializada y el cual estaba hecho con plástico transparente y figuras grabadas en la carcasa.

Acto seguido, salí de la sala dejando a un frustrado hermanito mío expeliendo groserías contra mi persona. Por supuesto que cada palabra se convertía en un diamante más para mi corona.

En fin, era miércoles por la tarde, después de la hora de la comida, y estaba de vacaciones, así que no había mucho por hacer, por lo que me dirigí a mi habitación con la firme propuesta de tirarme en la cama y descansar un poco mis ajetreados músculos de las manos por el gran esfuerzo hecho en el mini torneo de peleas realizado entre mi hermano y yo. Muy merecido descanso, debo agregar. Pero a mitad de las escaleras la voz de mi madre me detuvo con ese tono mandón y amenazante que le gustaba utilizar conmigo:

—Sergio, ¿a dónde vas?

—A mi cuarto, mamá.

—¿Y qué vas a hacer ahí?

—Pues... tarea.

—¡Cuál tarea, si estás de vacaciones! ¿Ya recogiste tu habitación? ¿Ya la barriste, tendiste tu cama, sacudiste? Seguro, no. ¡Hazlo! ¡Ponte a recoger tu cuarto! ¡Y no quiero volvértelo a repetir! ¿Entendiste? ¡Y no me alegues nada! ¡Simplemente haz las cosas y ya! ¡Que el que estés de vacaciones no significa que te la pases tiradote en tu cama todo el día!

Sergio, hoy y siempre ¿amigos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora