Capítulo 2.- El primer amor

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Para mí, la primaria transcurrió sin pena ni gloria: no me pesaba mucho levantarme temprano para lograr estar a tiempo, ya que no me gustaba, ni me gusta, llegar tarde a ningún lado. Las tareas las hacía sin tanto esfuerzo ya que lo principal era cumplir, por lo que las calificaciones no eran un problema; una vez que me di cuenta que sacando ochos y uno que otro nueve mis papás se resignaban, pues ya no tuve que desperdiciar mi talento y cerebro en tratar de conseguir diez. Pero lo interesante llegó en quinto año, mientras disfrutaba de un merecido juego de "encantados", donde varios compañeros huyen de uno en par-ticular, el cual si te toca y grita ¡encantado!, te tienes que quedar quieto hasta que llegue otro y te libere al tocarte. Varios chicos participábamos del juego, pero una compañera, llamada Larissa, que hasta entonces sólo se limitaba a observarnos, se acercó a mí y en la primera oportunidad me sujetó del brazo, dijo "ven" y me arrastró contra mi voluntad a la tenebrosa tranquilidad de nuestro salón de clases. Por supuesto que hubo forcejeo, pero amenazó con decirle a la maestra que yo la había golpeado si no cumplía con sus demandas, y sabiendo que la maestra me conocía y que creía que yo era capaz de cualquier cosa (siempre decía eso), acepté a seguirla sin mucho ánimo. Ahora que lo pienso creo que Larissa tenía pinta de político.

Una vez en el aula, me miró fijamente y dijo:

—Hola.

—¿Por qué me quitaste del juego, Larissa? —Ignoré su saludo por dignidad propia.

—Quería hablar contigo.

—¿De qué?

—De... cosas —bajó la vista y pareció ruborizarse un poco.

—¿De qué cosas? —dije con mucha desconfianza. Había notado que desde hace unos días se quedaba mirándome fija-mente a la hora de clases, y a la hora del recreo, y a la hora de la salida. Todo eso me hacía pensar que quería algo de mí, quizás pedirme dinero prestado o que le pasara una tarea, aunque, conociéndome, esto último era bastante improbable.

—No sé... —cantaleó las palabras y comenzó a jugar con sus manos.

—¿No sabes? —me molesté—. ¿Entonces por qué me trajiste aquí? Yo me voy.

—No te vayas —me volvió a sujetar del brazo como una araña a su presa. Es increíble la fuerza que pueden desarrollar las niñas cuando quieren algo—. Sí sé —contestó por fin.

—¿Qué sabes?

—Porque te traje aquí.

—¿Y por qué me trajiste aquí?

Me soltó, nuevamente comenzó a juguetear con las manos y bajó la mirada.

—No sé...

—¡Ay! ¡Tan a gusto que estaba jugando y tú me quitaste de ahí!

—Es que a lo mejor tienes algo que decirme.

—¿Yo? —pregunté absorto—. ¿Por qué crees que tengo algo que decirte?

—No sé...

Y hasta ahí llegó mi paciencia. Di la media vuelta y me dispuse a salir del salón cuando su voz me detuvo en seco.

—¿Quieres ser mi novio?

Sus palabras me hicieron sentir raro, como si tuviera cosas en la panza, como cuando te enfermas de diarrea. Volteé a verla con cara temerosa.

—¿Tu novio?

—Sí.

—¿Quieres que sea tu novio?

—Sí.

—Y ¿por qué quieres que sea tu novio?

—No sé...

Sergio, hoy y siempre ¿amigos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora