Travieso, travieso (parte 2)

511 11 0
                                    


—Ya ves, ya se soltó —dijo mi padre mientras se ajustaba esa arma de destrucción masiva con la que me había vencido. Mi madre resopló desaprobando tal acción, pero creo que aprendió, para mi mala suerte, que era una estrategia muy efectiva en cuestiones de obediencia; sólo necesitaba mostrarme un cinturón para que yo hiciera lo que me ordenaba.

—¡Vámonos ya!

Tomó mi mano y salimos a la calle sin que a ella le importara que todo el mundo viera a su hijo en tan pobre y lastimosa situación. Yo, para tratar de aminorar aquella terrible humillación, limpié mi rostro con la manga de mi suéter mientras hacía acopio de toda mi fuerza de voluntad repitiéndome una y otra vez:

"No me duele, no me duele, no me duele..."

Pero ¿qué tan grande puede ser la fuerza de voluntad de un niño? No dimos ni diez pasos cuando me empecé a sobar mis nalgas nuevamente.

"¡Sí me duele, sí me duele, sí me duele y duele re-feo!".

En fin, cosas tristes que da la vida. Y qué decir de la escuela... ¡Uff! Para ser francos tenía sus cosas buenas: la hora del recreo, la hora de la salida y las vacaciones, aunque éstas también tenían sus desventajas: el recreo se acababa, saliendo de la escuela nos dejaban hacer tarea y las vacaciones se terminaban. Por eso hay tantos chicos que crecen resentidos con la sociedad.

Pero hablando de vacaciones, recuerdo unas muy particulares. Fue cuando salí del primer grado para entrar al segundo..., o del segundo al tercero, no me acuerdo muy bien, de lo que sí me acuerdo fue que todo lo comencé a planear por accidente, aunque puedo decir que se fue dando casi de manera providencial. Ni en mis mejores sueños logré imaginar algo así, bueno, en mis sueños siempre hacía cosas mucho más increíbles y espeluznantes. Pero en la realidad, si algo salía mal... ¡Nah! ¿Qué podría salir mal? Que al cabo todo el tiempo, ayer hoy y mañana, si algo no salía como debiera, siempre se le podía echar la culpa al hermano menor.

Decía entonces que todo sucedió una cierta tarde de un incierto día cuando mamá comenzó a depurar los medicamentos caducos del botiquín y yo, con mi amable sonrisa y mis ojitos pispiretos, me ofrecí a deshacerme de esas fuentes de... de... pues de medicinas echadas a perder.

—¡Mamá, mamá! ¿Qué haces mamá? —pregunté emocionado.

—Estoy separando los medicamentos que ya caducaron.

—¿Y eso qué es, mamá?

—Eso significa que ya no sirven, que perdieron su capacidad de aliviar a la gente, o que pueden provocar reacciones adversas o dañinas. ¿Ves estos números en la tapa? —Señaló una serie escrita bajo relieve—. Es la fecha que debemos considerar para ya no usarlos.

—¿Y qué vas a hacer con ellos, mamá? —pregunté agitado.

—Bueno, después de separarlos creo que los llevaré a la clínica para que dispongan de ellos adecuadamente.

—¿O sea que los vas a tirar?

—O sea que los llevaré a la clínica para que dispongan de ellos adecuadamente.

—¿Y qué pasaría si tomáramos las medicinas así? —sentí cómo mis ojos echaban chispas cada vez que miraba aquella bolsa que se estaba llenando con las cajitas multicolor.

—No sé, quizás algo malo —ella me miró, abrió los ojos grandototes y me dijo con voz gruesa y jugueteando con las manos—, podrías convertirte en un monstruo. ¡Gruaaaarrrr!

Lancé un agudo grito y salí corriendo hacia el patio perseguido por ella, y mientras era capturado entre risas y gruñidos y llevado trabajosamente al interior de la casa, una idea comenzó a materializarse en mi cerebrito: haría algunos experimentos con aquellas pastillas y capsulas. ¡Dios, así debieron sentirse los grandes genios cuando tuvieron la idea de inventar algo increíble! ¿Sus mamás también habrían ayudado un poco? No sé. Pero cuando sea famoso diré en la entrega de los premios "nobles":

—... y también agradezco a mi madre, sin ella, yo no estaría aquí frente a ustedes, miles de personas que no ganaron, y tampoco frente a ustedes a través de la televisión, millones de personas que tampoco ganaron. Así que ya no se contengan más, dejen de llorar y gritar mi nombre... y adórenme.

Mientras mi mamá me depositaba con ligera suavidad en el sofá, entendí que mi destino era la grandeza... ok, ok, eso ya lo sabía, nada más me faltaba encontrar la manera de llegar ahí, y ahora la tenía: haría grandes descubrimientos en la medicina y la salud para que mucha gente se aliviara de un montón de enfermedades, y así puedan tener la oportunidad de decir al verme pasar: mira, hijo de mis entrañas, ese niño es Sergio, el más grande investigador de todos los tiempos. Gracias a él yo sigo aquí y gracias a él tú padre está vivo... gracias a él. Todo gracias a él. ¡Oh, mira! ¡Me ha visto, me ha visto! ¡Señor Sergio, es usted el mejor, el más increíble, el más inteligente y apuesto!

—Ya, señora, trankis, trankis. Deje de reverenciarme, con que me conociera es suficiente emoción para usted, ya no se preocupe y mejor vaya a traerme algunos video juegos para que no se sienta tan mal por haberme conocido y no darme nada.

—Sí, mi Señor; lo que usted diga, Señor; lo que usted mande y ordene, señor.

"Y luego se va hasta su casa sin parar de hacerme reverencias. Y todo gracias a que yo descubrí la cura a su enfermedad. ¡Qué buena persona soy, casi me dan ganas de llorar!".

Pero para lograr mi noble objetivo, necesitabaprimero planear todo con tranquilidad y objetividad, no podía lanzarme alabismo sin estar bien preparado.    

Sergio, hoy y siempre ¿amigos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora