Aguardé en la entrada principal, con la bicicleta apoyándose en mi pierna izquierda y sosteniendo el manubrio con las manos. Miré cuidadosamente a cada uno de los alumnos que salían por ahí, ya que necesitaba que apareciera una persona en especial.

La primavera ya estaba quedándose atrás para permitirle al verano aparecer con sus diversas lluvias y vientos. La ciudad donde vivía distaba mucho de ser como las playas durante aquella época del año; no se disfrutaba porque el sol dejaba de aparecer y la lluvia se llevaba consigo la electricidad por minutos o hasta horas.

Me llené los pulmones de aire fresco antes de volver la cabeza hacia los estudiantes mayores que ya se marchaban. En cuanto vi salir a la persona que esperaba, alcé el brazo y lo moví de izquierda a derecha mientras exclamaba su nombre.

El chico me volteó a ver tan rápido como me escuchó. Me sonrió de oreja a oreja y se aproximó a mí en cuanto se despidió de su acompañante, otro chico que podría ser su mejor amigo, compañero de grupo o vecino.

—Hola, Carven. —Llevó una mano a mi hombro y lo palmeó—. ¿Qué tal todo?

—Necesito tu ayuda. —Fui al grano.

Ensayar en solitario no me funcionaba tan bien como lo era practicar en compañía. Sentí que mi desempeño se estancaba y requería urgentemente que alguien con los suficientes conocimientos me ayudara a sobresalir. Isaac era el único.

Mientras le contaba mi problema, lo examiné detalladamente con la vista. Rubio, varios centímetros más alto que yo, de ojos grandes, resplandecientes y color miel. Pecas en la cara, piel rojiza y de rasgos faciales llamativos. Con la ropa adecuada, podría hacerse pasar por un estereotipado surfista.

—¿Podrías asesorarme durante los días que no tenemos que ir al auditorio? —Me mostré muy necesitado. Tal vez su corazón noble se apiadaría de mí—. Por favor, Isaac. Temo hacer el ridículo.

El chico se sorprendió. Antes de aceptar, analizó las cosas por unos cuantos segundos, basándose en sus necesidades y disposición. Primero me preguntó por los tiempos y lugares: Después de clases, en mi casa que no quedaba lejos. Ensayos de menos de dos horas, con comida de mi refrigerador incluida.

—Bien, ¿cuándo comenzamos? —preguntó. Sonreí ampliamente y él hizo lo mismo.

El alivio de contar con su ayuda fue muy grande. Después de días de no progresar demasiado en las cuestiones de improvisación, finalmente iba a avanzar.

—¿Puedes ahora mismo? —Entre más rápido comenzáramos con las prácticas, mejor.

Abrió los ojos un poco más de lo normal para darme a entender que de nuevo lo estaba tomando desprevenido.

—Claro... —No se le notó completamente seguro—. Solo déjame realizar una llamada a casa para que no se preocupe mi mamá.

Mientras hablaba a un costado de mí, yo paseé la vista por mi entorno. Nadie nos prestaba atención, así como tampoco había quienes acapararan la nuestra. Alumnos cansados y felices porque finalmente eran libres se apreciaban por doquier. Algunos salían a toda prisa, solos, otros más se tomaban su tiempo y charlaban con sus amigos.

Si Matthew no hubiera salido de su casa para llegar a la mía aquella noche, hoy seríamos una pareja más del montón saliendo por ese portón, con bicicleta en mano y grandes sonrisas. Pero las cosas cambiaron. Me iría dos días a la semana con Isaac y él con su padre, separados, sin comunicación ni para una breve despedida.

Vi desde mi sitio cómo aparcó un vehículo negro, el mismo de aquella vez. No distinguí al conductor, aunque tampoco tuve demasiadas ganas de verlo. Casi por instinto, comencé a buscar a Matthew a los alrededores, pero no lo encontré. Supuse que aún estaba en el edificio pasando el rato con Keira, pues ella también se quedó en el salón cuando el resto salimos.

El final que deseo [COMPLETA]Место, где живут истории. Откройте их для себя