XV: Los dragones no son malos

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Quien ingresa es un enorme hombre de cabello rojo y ojos fríos que ambos conocen muy bien. De la espalda, el rostro, el pecho y las muñecas del tipo surgen llamas que danzan suavemente, controladas y peligrosas, dándole un aire todavía más amenazante e impresionante. Hizashi abandona inmediatamente su pose relajada cuando el hombre llega y tanto él como Tsunagu se ponen de pie en señal de respeto.

En señal de miedo. Aunque no haya nadie para presenciarlo ni decirlo en voz alta, estos dos hombres están completamente aterrorizados de aquel individuo de fuego frío. A pesar de las llamas, su presencia les congela las venas.

Enji Todoroki se aproxima y ocupa su sitio, justo en la cabeza de la mesa, sobre la enorme silla de cojines finos y madera pulida que le confiere autoridad. Cuando él se sienta, los otros dos se sientan también.

Son muchas las cicatrices en los cuerpos de ambos hombres que hablan de todo el tiempo que han vivido bajo el yugo de los Todoroki. El poder de cada descendiente de la familia sobre ellos ha sido siempre completamente absoluto y cruel. Tsunagu, con el cuello de la camisa elevado, intenta ocultar una cicatriz en particular que abarca desde su nuca hasta la parte baja de su mejilla derecha. Hizashi, por otro lado, tiene uno de los ojos dañados, y las gafas le ayudan a disimularlo.

Dos formidables Señores de los Dragones reducidos a las patéticas mascotas de una familia. Lo peor es que ninguno de los dos concibe un estilo de vida diferente. Cuando los Todoroki ordenan, ellos obedecen.

—Buenos días, Gran Señor, ¿a qué nos ha llamado? —inquiere Hizashi, viendo al hombre por encima de la mesa. El caballero deposita sus ojos congelantes sobre él.

—¿Cuántas veces he de decirte, Hizashi, que cierres la boca a menos que se te solicite hablar?

Hizashi se encoge en su sitio.

—Lo lamento, Gran Señor.

El caballero le ignora y entonces se dirige a ambos.

—Se ha cometido un error. Un error garrafal.

Los dos Señores se ponen inmediatamente en alerta, preguntándose preocupados si ha sido uno de ellos el que ha cometido el error. No dicen nada, sino que dejan a Todoroki proseguir.

—Este error fue cometido por un miembro de mi propia familia hace más de 500 años. Todo parece indicar que el sello que mantenía a Bakugou dentro de su montaña fue puesto antes de tiempo. Eso ha hecho que el sello, como consecuencia, se debilitara también antes de tiempo, y por lo tanto Bakugou se ha marchado. ¡Y esto es completamente inaceptable! —grita lo último con furia, aporreando un puño sobre la mesa. Los dos Señores se sobresaltan. Se miran mutuamente antes de devolver la mirada al caballero—. Bakugou no debe estar libre antes de que sea el momento adecuado. Y tampoco debe encontrar a su esposa antes de cumplir los 500 años, así que, ustedes dos —mira a cada uno y su mirada es tan venenosa y filosa que casi pareciera que son ellos los que se tienen la culpa de algo—, van a encargarse de encontrarlo, traerlo de vuelta y mantenerlo encerrado hasta que sea su momento de salir. Háganlo o se las verán conmigo.

Tsunagu y Hizashi se vuelven a mirar.

—¡Largo!

Los dos se ponen velozmente de pie y, haciendo reverencias al caballero, salen casi corriendo de la habitación.


———


—Mi olfato me dice —señala Hizashi más tarde aquel día, levantando un dedo en el aire como para remarcar un punto—, que esas tortitas de patata deben estar pero muy buenas.

Mi Señor de los DragonesWhere stories live. Discover now