Después de aguardar unos segundos adentro de mi auto, decido darle tiempo para que logre apaciguar los nervios del accidente. Cuando la escucho calmarse, decido irrumpir. Merecía saber lo que le había sucedido.

—¿Te sientes mejor? —le pregunto con voz suave y monótona.

Barbara clava su mirada en la oscuridad que se expande frente a nuestros ojos. Se encoje sobre el asiento, recogiendo sus piernas sin hacer ningún movimiento. Un silencio sepulcral nos consume, y por más que desee hablar su actitud me detiene. Parece perdida dentro de su cabeza. Al igual que si estuviese en la mitad de una batalla interna de sentimientos, de vez en cuando deja escapar una que otra lágrima pero el silencio es impactante. Siempre el mismo.

Enciendo el auto para ponerlo en marcha, aunque no sabía muy bien a dónde ir. No tenía idea de a dónde vivía ella o si se encontraba físicamente estable como para pasar por alto la idea de llevarla a un hospital para examinarla.

¿Debería acudir a la policía? ¿Debería preocuparme su condición? ¿Debería avisarle a Sullivan?

Le miro de reojo, para asegurarme de que se encuentra despierta. Pero en su lugar, le encuentro observándome con fijeza. Frunzo el ceño, confundido y antes de que pueda preguntarlo, ella parece intuirlo y se adelanta.

—¿Por qué te me haces tan familiar? —pregunta como si estuviese debatiendo entre alguna idea ambulante en su cabeza.

Le miro incrédulo.

—¿Perdiste la memoria o algo por el estilo? —respondo con obviedad. La rubia me fulmina con sus luceros verdes como los de un gato—. Me conoces, Barbara.

Supongo.

—No me refiero a eso, sino que...

Ella se detiene, haciéndome alzar las cejas para indicarle que termine de hablar.

—No he dicho nada, olvídalo.

No decimos nada más el resto del camino. Mis nervios se han calmado con respecto a como estaban cuando encontré a Barbara a punto de morir quemada adentro de su auto. Sacudo la cabeza ante la idea. Ha sido un día extremadamente largo y agotador, para cuando llegamos a la ciudad son alrededor de las cinco de la mañana y el cielo se ha comenzado a aclarar. Echo un vistazo encima de mi hombro para asegurarme de que Barbara respira, y así es, su pecho se infla lentamente cada vez que sus pulmones inhalan aire. Tiene unos cuantos hematomas en el rostro pero sobretodo en los brazos, un rayo de luz la alumbra débilmente, sus párpados continúan cerrados junto a sus piernas encogidas. Hasta que algo llama mi atención.

De su cuello cuelga una cadena. Pero no se trata de una cadena común. Sino una cadena con un pequeño dije dorado de un dragón. Es delicado para tratarse de un animal como éste pero puedo jurar que he visto ese mismo artilugio en algún otro lado.

La pregunta es, ¿en dónde?

(...)

Barbara sigue dormida en mi cama. Se remueve de vez en cuando pero no abre los ojos,  lo cual me alivia por muchas razones. Una de ellas y la que más me preocupaba era por alguna razón, explicarle qué había sucedido, aunque no sabía exactamente lo ocurrido. Solo recuerdo su comportamiento autista cuando estábamos en el auto.

Hace un par de horas le había dejado un mensaje a Gabriela para que viniese a retirar a su amiga de mi casa pero hasta los momentos, no habían señales de rescate.

—¿Dominik?

Giro mi rostro hacia la rubia en el momento en el que su suave voz resuena en la habitación. Se ve somnolienta, como si hubiese estado durmiendo durante un año entero. Al notar los hematomas en su rostro me fijo en que ha adquirido un color verdoso, lo cual me parece preocupante.

DOMINIK© [2]✔Where stories live. Discover now