Capítulo 22 - final

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—Jar, era normal. Estabas sorprendido, herido, y…

—Estaba furioso. Más que furioso, estaba fuera de mí. Le dije muchas más cosas. La insulté, la maldije, no me ahorré nada. Después de desahogarme, me di cuenta que tu padre había desaparecido y volví a ver rojo. Tenía un asunto pendiente con él.

Le apreté los dedos con más fuerza, esperando que entendiera mi intención de aliviar su dolor. Todo había pasado, nada podía ser cambiado, quién había sido el culpable ya no era importante. Yo lo había perdonado, faltaba perdonarse a sí mismo.

—Cuando salí, vi el coche de mi madre y lo cogí; había ido caminando, pero necesitaba moverme más rápido. Ella dejaba siempre las llaves en contacto por si necesitaba salir de urgencia. Llegué a tu casa y le dije esas cosas a tu padre. No sabía que estabas en casa, pero tampoco puedo afirmar que lo hubiera hecho de otra forma incluso si hubieses estado presente. Necesitaba herir a alguien y aún considero que tuvo suerte de haberlo atacado solo con las palabras. Luego salí del pueblo. No sabía a dónde me dirigía, pero necesitaba alejarme.

Jared hizo una pausa larga. Empecé a tener la sensación de ingravidez como si estuviera flotando fuera de mi cuerpo y no me encontraba ahí, escuchándolo. Oyendo en detalle los eventos que había insistido borrar de mi mente. Imaginándomelo a él en uno de sus accesos de furia, recordar cuánto de perdida me había sentido. Las lágrimas obstruían mi garganta y me esforcé abrir la boca.

—No es necesario contármelo —dije. Fue una ruega de hecho, de que dejara los muertos con los muertos y permitirnos vivir, pero no me entendió.

—Lo es para mí —me informó, retornando el hilo—. Había oscurecido y empezar a llover. Lo recuerdo porque los limpiaparabrisas funcionaban al compás de mi corazón. Iba con velocidad, mucho más del límite admitido. Por mi suerte la carretera estaba vacía, no me encontraba con otros vehículos.

Se detuvo de nuevo y retiró su mano de la mía. La tierra empezó a girar conmigo como eje central. Lo estaba perdiendo ante mis ojos. Estúpida, grité en silencio. No era capaz de lidiar con tanto dolor. No podía hacerlo. Me rompía en pedazos por dentro y mi orgullo no me permitía hacerlo ante él. Si tenía que acabar, si tenía que marcharme, debía alejarme con la cabeza alta y en las condiciones dadas no iba a ser capaz de hacerlo.

—Por eso me extrañé cuando aparecieron del sentido contrario todos los coches de emergencia —comentó en voz tan baja que no lo escuché bien. La alzó con la siguiente frase—. Primero dos coches de policía, luego la ambulancia y un poco más tarde los bomberos. Disminuí la velocidad y los observé pasar, preguntándome qué habría podido ocurrir. Lo supe, pero no quise creerlo y continué varios kilómetros más hasta que las dudas me vencieron. Volví, pero no llegué al pueblo.

Me abracé los hombros, queriendo taparme los oídos con las palmas como un niño pequeño que se niega a escuchar las observaciones de sus padres. Me percaté de que se había girado hacia mí y que se mantenía callado. Hasta que no lo miré no empezó a hablar.

—¿Conoces el acantilado ese donde la tierra sigue hundiéndose hacia abajo cada año? ¿El sitio en que se ha creado un abismo natural? —me preguntó.

—Sí.                                                                                                           

—Fue donde cayó el coche de mi madre. Como yo había cogido su auto, ella había prestado el de un empleado del hotel y había salido a buscarme. Pero llevaba tiempo sin conducir un vehículo con marchas. El suyo era automático. No pudo controlarlo en la curva. Me dijeron que murió al instante.

Sencillamente perfecto (SIN EDITAR) - TERMINADAOnde histórias criam vida. Descubra agora