Hogar

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Las sensaciones, emociones y sentimientos que Shōyō experimentó en sólo un momento, al llegar frente a su casa, fueron demasiadas como para describirlas una por una

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Las sensaciones, emociones y sentimientos que Shōyō experimentó en sólo un momento, al llegar frente a su casa, fueron demasiadas como para describirlas una por una.

Su cuerpo entero temblaba en nerviosismo. Esperando frente a la puerta. Tocando ni tan fuerte ni tan despacio, lo suficiente para que fuera escuchado. Y al contar hasta diez en su cabeza, su madre apareció en su visión cuando la puerta fue abierta.

Shōyō se encogió, apretando los labios con fuerza.

Ver a su madre. A su persona número uno, a su lugar seguro.

Se tiró a los brazos de ella, quien, estaba tan sorprendida que apenas y pudo reaccionar cuando su hijo se acurrucó en su pecho.

Ume acarició con las manos temblorosas la espalda de Shōyō. Parpadeó varias veces cuando su visión se hizo borrosa a causa de las lágrimas, para ver aquel anaranjado cabello característico de su pequeño.

— Mami. — sollozó Shōyō, sin apartarse ni un milímetro de ella — Mami, mami.

Ume no pudo contener sus lágrimas, ahora parpadeando para que ellas salieran e inundaran su rostro. Sintió un agarre por detrás y al ver a Natsu, igual de conmocionada, la tomó en brazos para sentirlos a ambos.

Natsu tomó el cabello de su hermano entre sus manos y lo tiró, tomando su atención. Y cuando Shōyō tuvo sus ojos en ella, la niña se largó a llorar a moco tendido.

Natsu no tenía idea de que sucedió en aquella semana, ni tampoco su mente llegó a comprender lo que pasó aquel día. Pero lo que sí, es que extrañó demasiado a su hermano mayor.

Cuando Ume logró recuperar un poco el control, sus ojos fueron a parar fuera de la entrada. Más allá estaba Tobio, con la mirada fija en el suelo y la cabeza cabizbaja.

— ¿Quién es?

Shōyō miró a Tobio, apretando sus manos en la polera de su mamá.

— Él...— no supo qué responder.

Al quedarse en silencio, su madre dejó a Natsu en brazos de su hermano y salió fuera de casa. Lo único que Shōyō escuchó después fue la cachetada que Ume le dio en el rostro a Tobio.

El silencio que se hizo después de aquel golpe fue uno gélido.

La mujer tenía ira desbordando en su mirada.

— Pasé una semana completa sin saber de mi hijo. — murmuró, con un nudo en la garganta — ¿Cómo se atreven a venir a mi casa y llevárselo como si fueran dueños del mundo? ¿Qué se creen? — su voz titubeó por un segundo. Ume trataba con todas sus fuerzas no llorar — ¿Con qué derecho? Irrumpiendo nuestra paz...— apretó los dientes.

Cada uno de los días se arrepentía de no haber intervenido más en las acciones de su hijo. Como una madre, no debió permitir que se lo llevaran. Como una madre, debió protegerlo. Como una madre, debió hacer algo.

Deuda | Haikyū!!Where stories live. Discover now