Capítulo 10. Un imprevisto...

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Capítulo 10. Un imprevisto...

El despertador suena a las 9 de la mañana, solo he dormido cinco horas. Me duele la cabeza. “Es la última vez que me prometo algo a mí misma que se de sobra que no seré capaz de cumplir… ”

Café y Neobrufén, ducha, vaqueros desgastados, converse rosas a juego con un pañuelo para el cuello imitando a un palestino pero con estrellas blancas sobre fondo rosa, camiseta blanca de TRF con medias mangas de beisbol negras con un “Drink Coca-cola” impreso en el pecho, de largo a la cadera y parka verde militar. Imprescindibles: mis gafas de sol y mi cámara. Cojo la mochila grande con todo el kit. Retoque de maquillaje en el espejo de la entrada. Y justo cuando voy a abrir la puerta, dispuesta a salir, suena el timbre, dándome un susto de muerte.

Me asomo a la mirilla, con el corazón intentando escaparse por los oídos, es la Señora Aigner. Abro inquieta. “¿Qué será?”

-          Buenos días, Señora Aigner ¿Qué ocurre? – pregunto aún con el sobresalto en el cuerpo.

-          Oh! Eri, querida, perdona si te he asustado… - Está muy pálida. – No quiero molestarte, ¿ibas a salir…? Su inseparable cruce de pastor alemán con rottweiler, Otto, mueve el rabo para saludarme y se me acerca en busca de caricias.

-          No, no es molestia, no voy a ningún sitio importante – le quito importancia, porque la veo realmente afligida - ¿Se encuentra usted bien? – Mueve la cabeza en señal de negación y sus ojos se llenan de lágrimas. No me lo pienso, ya le explicaré a Miguel más tarde. La cojo del brazo y la invito a pasar – Pero pase, por favor, pase, ¿le apetece una infusión, un poco de agua…? – Otto nos sigue hasta el interior y cierro la puerta.

-          Sí, querida, un té estaría bien. – Me dice entre sollozos mientras la acompaño hasta la zona de comedor. No tardo ni dos minutos en preparar el té. Me siento en la silla contigua y le sostengo la mano.

-          Pero, ¿qué ocurre? – Pregunto casi en un susurro. Otto ha puesto el hocico en el regazo de su dueña, que inteligencia tienen los perros, parece que sabe lo que está pasando…

-          Verás, Eri, querida. – Siempre es tan cariñosa, no entiendo que ha podido pasar. – El caso es que tengo que irme unos días a mi casa de Mallorca, porque ha muerto el marido de mi mejor amiga, éramos como hermanas… - solloza de nuevo. Le acaricio la mano, intentando calmarla…

-          Oh! Lo siento mucho, Señora Aigner… - presento mis respetos un tanto apenada de verla tan abatida.

-          Querida, te he dicho mil veces que me llames Agnes – me mira y me sonríe, como hace siempre. Aunque la tristeza sigue instalada en sus ojos…

-          ¿Cómo puedo ayudarla, Agnes? – pregunto de manera incondicional, haciendo un esfuerzo por llamarla por su nombre.

-          Querida, si fueras tan amable de cuidar de mi Otto, sería de gran ayuda. – Le acaricia la cabeza al perro que inmediatamente mueve la cola. – Verás, el personal de verano de la casa aún no ha llegado y con todo el asunto del funeral, no podré atender a Otto…

-          No tiene que darme explicaciones, Agnes, ¡por favor! – la interrumpo – para mí será un auténtico placer tener a Otto en la casa – le sonrío y parece que se tranquiliza. – Además me vendrá bien tener a alguien ¡que me cuide! – se me escapa una pequeña carcajada y enseguida la reprimo.

-          Gracias, Eri, querida, sabía que podía contar contigo – Me da un apretón cariñoso en la mano que aún sigue cogida a la suya – Por descontado, yo cargaré con todos los gastos que te ocasione…

Soy adicta al sexo Wattys 2014Donde viven las historias. Descúbrelo ahora