Pía dio dos pasos tambaleantes y cayó sentada, seguida por un "Uuuuuh" generalizado. El rostro de Federico se transformó. Su mueca se convirtió en algo sombrío que muy pocas veces había visto y, sin detenerse a medir consecuencias (tal y como yo estaba actuando), me agarró por los brazos y me zamarreó como si quisiera hacerme entrar en razón con eso.

—¡Te estás equivocando, Fátima! —me advirtió gritándome a unos pocos centímetros del rostro. Podía sentir su aliento, olía a cerveza caliente. —¡Controlate, flaca, las cosas no son como pensás!

¿Cómo eran entonces? Díganmelo ustedes: ¿Estaba yo equivocada? ¿O él estaba intentando hacerme quedar como una loca poseída por celos infundados? He visto a muchos hombres hacer eso, he visto a muchos queriendo esconder sus fallos a base de hacernos quedar a nosotras como las desquiciadas. Intenté soltarme forcejeando, pero no hizo mucha falta: Pía seguía en el suelo y él iba a ayudarla, así que me soltó con tanta fiereza que me golpeé contra la mesa.

Conté los latidos que mi corazón dio en ese plazo de diez segundos. Fueron veintiuno.

Veintiún latidos mientras él me dedicaba una mirada de despectiva decepción.

Veintiún latidos mientras se daba la vuelta y caminaba hacia Pía para ayudarla a levantarse.

Veintiún latidos mientras ella estiraba una mano componiendo la mueca de un indefenso perrito asustado.

Veintiún latidos mientras yo me apartaba de la mesa y comenzaba a correr hacia él, con los ojos clavados en su espalda encorvada ya que estaba agachado y no se veía venir lo que se aproximaba.

Salté y me aferré a su espalda, dispuesta a golpearlo hasta que admitiera que yo no estaba loca, que él se estaba viendo con Pía, que no debería haber ido a mi cumpleaños y se marchara de una puta vez. Federico me apartó de un simple golpe con el codo, pero Ale corrió hacia nosotros para defenderme así que, antes de siquiera comprender lo que estaba pasando, me encontré intentando alcanzar a Federico para arañarle la cara mientras Pía forcejeaba conmigo y me exigía que recuperara la compostura, y observando a los dos chicos que se empujaban el uno al otro, retándose.

La música se apagó de pronto y las luces se encendieron llamando la atención de todos los presentes. Algunos, alertados de lo que se aproximaba (seguramente habiendo vivido lo mismo en otras fiestas) aprovecharon para escabullirse por la puerta y marcharse antes de que la cosa fuese a peor. Mi madre estaba de pie ahí, con las manos sobre sus caderas, acompañadas por la docena de pulseras que utilizaba en cada muñeca. Por su mueca supe que habíamos llevado todo demasiado lejos.

Se volvió hacia Rami y mi estómago se encogió, creo que podría haber vomitado en ese instante si mi vida no hubiese dependido de que me controlara.

—Sacá eso de mi departamento ahora mismo —le ordenó señalando las botellas de alcohol.

Rami obedeció de inmediato: Metió todas las botellas en su gran mochila apresuradamente agachando la cabeza y con el gesto serio. Él tenía fama de malote y rebelde en todos lados, pero les aseguro que no existía ser humano capaz de enfrentar a Patricia Andreani sin acobardarse.

Miré a mis espaldas con el corazón en la garganta por el modo en que mi fiesta se estaba yendo al caño. Mis invitados seguían abandonando el lugar, murmurando entre ellos y dándose codazos. Iban a hablar de mí por siempre, y no en el buen sentido.

Me volví hacia mi mamá con los labios entreabiertos y mi cabeza hecha un desastre sin dar crédito a lo que estaba pasando y sin saber cómo lograr que ella dejara de hacerme pasar vergüenza así. Mamá dirigió su furia a Ale, Federico y Pía.

—Ustedes se quedan acá —les advirtió—. Voy a llamar a la policía.

Quiero que entiendan una cosa sobre mí antes de seguir: Era caprichosa, malcriada y tenía diecisiete años.

Hija de la Muerte -Ganadora de los Wattys 2018-Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα