Mi expresión debe haber sido algo digno de lo que reírse después cuando vi a Federico a su lado.

No importa, no pasa nada. Nadie iba a poder reírse después de mi cumpleaños.

Federico y Pía pasaron por mi lado para entrar a mi fiesta de cumpleaños como si fuesen los invitados de honor pisando la alfombra roja. Descolocada como me encontraba en ese momento, corrí hacia la mesa y le exigí a Rami que me sirviera algo con vodka. Lo que fuese, pero que estuviese bien cargado. Él obedeció mirándome de reojo como si estuviese loca, pero no dijo nada ni siquiera cuando vacié el vaso de un solo trago.

Ale me miraba desde lejos, parecía estar preocupado por mi determinación de caer en coma alcohólico allí mismo. Le tendí mi vaso a Rami y le pedí que me diera otro. Apenas lo estaba agarrando para llevármelo a la boca cuando Ale vino a mí, alarmado, e intentó quitármelo.

—Ya está, listo —me advirtió. Yo lo fulminé con una mirada de refilón, dispuesta a beberme todo ese vaso así en ese mismo momento aparecieran mis padres. —¡Fátima! ¡¿Qué te pasa?!

Intentó agarrarme del brazo, pero me solté y volví a advertirlo con mis ojos, sabía que no necesitaba mucho más que eso para resultar amedrentadora. Todavía podía recordar el día en que lo conocí. Ese día me reí de su peinado y su ropa, me parecía poco menos que una rata de biblioteca. Luego del verano, él volvió distinto: Había cambiado su apariencia e incluso se veía muy seguro de sí mismo. Mientras todos lo contemplaban con apreciación, él se acercó a mí con una sonrisa altiva y me hizo un comentario afilado sobre mi contextura esmirriada. Todos esperaban que yo le diese una bofetada, pero, en lugar de eso, solté una carcajada y fuimos amigos desde ese día.

Ese chico que se había reído de mí en respuesta a mis burlas y que siempre tenía un comentario soez para contestarme me estaba mirando con suma severidad y reprobación en aquel momento, y yo odiaba eso. Odiaba que todos me desaprobaran, que me exigieran que me comportara como una dama y que conservara la compostura cuando, detrás de mí, Pía y Federico estallaban en carcajadas.

Se reían en mi cara.

Se reían en mi cumpleaños.

Se reían de mí.

No desees el mal a nadie...

Dejé el vaso sobre la mesa con tanta fuerza que debería haberse roto. Mi cerebro se había tomado vacaciones, pero mi lengua estaba más afilada que nunca y no había filtro alguno que me impidiese hacer las cosas como siempre había querido, sin importarme que después me llamaran histérica o loca.

Me volví guiada por ese mismo impulso y corté la distancia hasta Pía y Federico con pasos largos y firmes. La música sonaba muy fuerte, retumbaba en todo el departamento y hacía vibrar las ventanas, pero mi rugido se escuchó por encima de eso:

—¡¿De qué carajo se están riendo?!

Federico arqueó las cejas. A aquellos a los que alguna vez les ladró un caniche sabrán a qué expresión me refiero, esa que mira hacia abajo y que claramente quiere decir "puedo aplastarte ahora mismo, pedazo de mierda". Pía, por otro lado, estalló en carcajadas de incredulidad. Quizá eso también es algo que haría alguien amenazado por un caniche.

—¡Quiero que se vayan de mi fiesta! —le grité en la cara. No me hubiese sorprendido que algo de saliva llegara a su rostro, porque, como ya dije, me estaba fallando el filtro. —¡Te dije que no podías venir! —Pía seguía riéndose. —¡Váyanse ahora! —Se seguía riendo, la estúpida se seguía riendo. —¡¿De qué te reís?! —Le planté las manos en el pecho y la empujé.

La música nunca había sido tan ensordecedora como en ese momento y, sin embargo, puedo jurar que escuché a todos contener la respiración al mismo tiempo. Todos los ojos estaban sobre nosotros, había quizá cientos de personas en mi departamento, pero todos abrieron un círculo y nos miraron.

Hija de la Muerte -Ganadora de los Wattys 2018-Место, где живут истории. Откройте их для себя