Mi destino eras tú

1. Harper

¿Conocéis esa sensación de saber que tu vida está a punto de cambiar pero no imaginas de qué manera lo hará? Pues así era como me sentía yo mientras dejaba atrás mi etapa en el instituto para dar comienzo a mi vida universitaria. Lo cierto es que si hace dos meses me hubieras preguntado qué esperaba del futuro, habría dicho que deseaba que la Tierra me tragara y que el mundo se olvidase de que Harper Williams había existido alguna vez. Supongo que más de uno a mi edad se ha sentido de ese modo, incluso que el universo gira alrededor de uno mismo.

La presión que sentía en el pecho a medida que dejábamos atrás las calles de la ciudad que me había visto crecer empezó a aflojarse para dejarme respirar por fin. Después de mucho tiempo, era capaz de despejar la mente y tener una pizca de positivismo en lo que se suponía que serían los mejores años de mi vida. ¿Quién no ha fantaseado con las fiestas universitarias, el conocer a la que será tu mejor amiga de por vida y enamorarte de unos cuantos chicos? Lo mío no era agitar unos pompones como animadora, ni mucho menos unirme a una hermandad, pero ese pequeño esbozo de una vida alejada de todo lo malo que me había sucedido en los últimos meses empezaba a ilusionarme. Lo primero sería sacar buenas notas y demostrarles a mis padres que podían confiar en mí, que estaba bien y que nada más volvería a desviarme de mi camino. Después, estaría el resto. Si una cosa tenía clara, es que no podía decepcionarles de nuevo.

Mi relación con mis padres siempre ha sido muy estrecha. La sinceridad es la base de nuestra unión, porque odiamos las mentiras. Soy una persona sincera. A veces demasiado, pero no lo hago con mala intención. Soy incapaz de mentir. O más bien lo era. No me malinterpretéis, siempre existen ese tipo de mentiras a las que solemos llamar "piadosas" y que las dices para no llevarte una bronca cuando rozas el coche de tus padres intentando sacarlo del garaje, o ahorrarte una charla de educación sexual cuando pierdes la virginidad. Hay cosas que no deben ser de dominio público. Pero mis padres no son como el resto, así que no puedo decir que todas esas cosas las haya experimentado.

─ Cariño, ¿estás bien? Podemos dar media vuelta si no estás preparada.

La pregunta que más se había repetido durante el último par de semanas era precisamente esa. Entendía su preocupación, pero lo habíamos hablado largo y tendido en más de una ocasión. Necesitaba coger las riendas de mi vida aunque no supiera cómo hacerlo. ¿Estaba bien? Ni yo misma tenía respuesta a esa pregunta. Confiaba en que si no lo estaba aún, tarde o temprano lo estaría. Tenía que estarlo. Por ellos, pero sobre todo por mí.

─ Estoy bien, mamá. Todo saldrá bien.

Papá no decía nada, simplemente se dedicaba a mantener la vista en la carretera mientras conducía, pero de vez en cuando nuestras miradas se cruzaban en el espejo retrovisor y yo le dedicaba una sonrisa tranquilizadora. Tres horas después de viaje, llegamos al que sería mi nuevo hogar. El edificio de ladrillo rojo era lo primero que me había llamado la atención cuando lo vi en la página web de la universidad, pero me gustó aún más al ver las fotos de sus alrededores. Innumerables zonas verdes cubrían los alrededores, gigantescos árboles daban sombra a los aparcamientos, donde pude divisar todo tipo de vehículos, desde unas bicis al más puro estilo vintage con cesta incluida, pasando por motos que debían costar una pasta, hasta coches atestados de estudiantes que estaban bajando sus pertenencias de los amplios maleteros. La mayoría de ellos eran todoterrenos o coches deportivos, se notaba que el dinero abundaba por cada esquina y que me iba a codear con la élite de la ciudad. No es que esa idea me entusiasmara, pero era la única universidad en la que quedaban plazas cuando a última hora decidí que quería matricularme y aunque mis notas del último año no eran las mejores, mis padres podían permitírselo. Eso no significaba que no buscase un trabajo en cuanto estuviera del todo instalada. Odiaba depender de las personas.