Mi Familia Perfecta

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Luego de que he terminado con los clientes regulares, decido cerrar temprano. No vendrá nadie después de las dos. La ventaja es que puedo recoger a Nancy de la escuela. Los días en los que salimos, aunque poco comunes, siempre parecen mejorar su humor. Le envío un mensaje diciéndole que me espere en el lugar de siempre.

—¿Qué hay, pequeña? ¿Cómo estuvo la escuela? —pregunto mientras ella se desliza en el asiento del copiloto.

—Bien —responde sumisamente.

—¿Bien? Pues, eso no es bueno. ¡Necesito que estés genial! —intento la rutina paterna clásica esperando levantarle los ánimos.

Falla.

Me alejo de la escuela en silencio. Luego de conducir un poco, alza la voz.

—¿Adónde vamos?

—¡Pues, solamente a tu lugar favorito!

Sus ojos se amplían.

—¡Parque Aventura!

—¡Adivinaste!

Parque Aventura es un parque de diversiones ruinoso en las afueras de nuestro pueblo. No es ningún Six Flags, pero Nancy lo ama y no hemos conducido ahí en meses. Antes de entrar en la autopista, me doy cuenta de que olvidé mi billetera en el tocador. Rápidamente, doy la vuelta y me apresuro a casa. Quiero aprovechar al máximo mi tiempo con Nancy.

Mientras me estaciono en la acera, noto un auto desconocido frente a la casa. Debe ser una de las nuevas amigas de Susan; un encuentro que no ansiaba tener. Le digo a Nancy que espere en el auto, pues solo tardaré un momento. Entro a la sala de estar y Susan no está por ninguna parte. Pensando que debieron irse en su auto, subo las escaleras.

Entonces lo oigo, gemidos. Desde mi dormitorio. Es aquí cuando lo siento: ira. Todo vuelve a mi mente. Todas las veces que ha llegado a la casa la mañana siguiente diciendo que durmió con amigas, todos los amigos varones que saluda tan cálidamente en público. Llena mi mente. Abro la puerta de mi dormitorio lentamente y confirmo mis sospechas. En mi cama. En mi casa.

—Vete —digo en voz baja pero con firmeza.

Me miran y ella se ríe.

—Así que finalmente me atrapaste. Tuviste que haberlo sabido.

—Dije que te fueras.

—Déjame vestirme. Voy a salir esta noche, de todas modos.

—No, me refiero a que te vayas. Empaca tus cosas y vete.

Ante esto, se ríe aún más fuerte.

Desnuda, en mi cama y con un desconocido, se ríe de mí.

—Claro, eso haré.

Ya no puedo seguir viéndola. Tomo mi billetera y salgo, furioso. Cierro de golpe la puerta del auto cuando entro, y voy hacia la autopista. Casi no completo la curva en la salida de nuestro vecindario mientras acelero hacia la autopista. Nancy sabe que algo anda mal, pero sabe que no tiene que preguntar.

Empujo lo que vi al fondo de mi mente en tanto nos subimos a las montañas rusas.

Susan no viene a casa hasta el desayuno. Michael llegó alrededor de las tres de la mañana. Están un poco más reservados, sabiendo que estoy al límite.

Michael habla primero.

—Travis está teniendo una juntada esta noche… ¿Me preguntaba si podía ir?

Apenas puedo ocultar mi diversión.

—Ah, ¿así que ahora sí preguntas? —inquiero.

—Ah, pues… solo pensé que quizá debería preguntar —dice con la mirada agachada.

Hoy es él quien no puede verme a los ojos.

—Claro. Ve y diviértete un poco —respondo, para la gran sorpresa de él y Susan.

Con eso, Susan habla.

—Um… no estoy segura de si lo recuerdas, pero hoy es la reunión de mi antigua fraternidad de la universidad, en el centro. No te importaría si voy, ¿cierto?

La veo con una sonrisa.

—¡No, claro que no! Ambos diviértanse esta noche.

Intercambian miradas cautelosas.

—Pero, Michael, necesitarás recoger a tu madre de los bares esta noche. Nancy y yo saldremos del pueblo por el fin de semana, y el auto de Susan necesita ir al taller antes de que nos vayamos.

Nancy se voltea hacia mí con una sonrisa amplia en su rostro.

—Suficiente de esta tontería del Parque Aventura —digo—; vamos a subirnos a unas montañas rusas de verdad.

Ella grita de alegría mientras corre arriba para empacar. Una vez que el auto de Susan ha sido dejado con el mecánico, Nancy y yo estamos en camino. Luego de registrarnos en el hotel, pasamos el resto de la noche en montañas rusas y atacando pastel de embudo. Un día perfecto.

Alrededor de las tres de la mañana, mi teléfono suena. Es un número que no reconozco. El oficial me informa que Michael hizo el giro al salir de nuestra casa demasiado rápido y que perdió el control. Los dos murieron en el impacto. Unos días más tarde, el médico forense confirmó que la mezcla de alcohol y la impulsividad de Michael los lanzó hacia ese árbol; caso cerrado. Llegaron los pagos de sus seguros, y fui capaz de jubilarme y pasar más tiempo con Nancy.

Cada mañana, al salir de la casa, vemos el recordatorio del accidente. Las marcas de los neumáticos siguen ahí, y el pavimento aún sigue quemado por la bola de fuego que se produjo con el choque. Cada mañana, sonrío en soledad. Con el alcohol en el cuerpo de Michael y la naturaleza del giro estrecho, ni siquiera pensaron en revisar los cables de los frenos.

You can't cryWhere stories live. Discover now