38-Una hora más tarde.

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El tiempo está gris, se pone el sol; dentro de dos horas parte el tren. Crucé por

última vez el jardín público y me paseo por la calle Boulibet. Sé que es la calle

Boulibet, pero no la reconozco. Por lo general, cuando me metía en ella, me

parecía atravesar una profunda capa de buen sentido; tosca y cuadrada, la calle

Boulibet se asemejaba, con su seriedad sin gracia alguna, su calzada comba y

embreada, a las rutas nacionales cuando atraviesan las villas ricas, flanqueadas,

durante más de un kilómetro, por voluminosas casas de dos pisos; yo la llamaba

calle de paisanos y me encantaba por estar tan fuera de sitio, tan paradójica en un

puerto comercial. Hoy las casas están ahí, pero han perdido su aspecto rural; son

inmuebles, nada más. En el jardín público tuve, hace un rato, una impresión del

mismo tipo; las plantas, el césped, la fuente de Olivier Masqueret parecían

obstinadas a fuerza de ser inexpresivas. Comprendo: la ciudad es la primera en

abandonarme. No he salido de Bouville y ya no estoy. Bouville guarda silencio.

Me parece extraño tener que quedarme dos horas todavía en esta ciudad que sin

preocuparse ya de mí ordena sus muebles y los enfunda para descubrirlos en

toda su frescura esta noche, mañana, a los recién llegados. Me siento más

olvidado que nunca.

Doy unos pasos y me detengo. Saboreo el olvido total en que he caído. Estoy

entre dos ciudades: una me ignora, la otra ya no me conoce. ¿Quién se acuerda

de mí? Quizá una mujer joven y pesada, en Londres... ¿Y acaso piensa en mí?

Además está ese tipo, ese egipcio. Tal vez acaba de entrar en su cuarto, tal vez la

ha tomado en sus brazos. No soy celoso; bien sé que ella se sobrevive. Aunque

me quisiera con toda el alma, sería un amor de muerta. Yo he tenido su último

amor vivo. Pero con todo, él puede darle esto: placer. Y si está a punto de

desfallecer y de hundirse en lo turbio, entonces ya no hay nada en ella que la una

a mí. Goza, y para Anny no soy más que si nunca la hubiera conocido; de golpe

se ha vaciado de mí, y todas las otras conciencias del mundo también están

vacías de mí. Esto me hace gracia. Sin embargo sé que existo, que yo estoy aquí.

Ahora, cuando digo "yo", me suena a hueco. Ya no consigo muy bien

sentirme, tan olvidado estoy. Todo lo que me queda de real es existencia que se

siente existir. Bostezo dulce, largamente. Nadie. Antoine Roquentin no existe

para nadie. ¿Qué es eso: Antoine Roquentin? Es algo abstracto. Un pálido y

pequeño recuerdo de mí vacila en mi conciencia. Antoine Roquentin... Y de

improviso el Yo palidece, palidece, y ya está, se extingue.

Lúcida, inmóvil, desierta, la conciencia está entre paredes; se perpetúa. Nadie

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⏰ Dernière mise à jour : Jan 29, 2018 ⏰

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La Náusea - Jean Paul Sartre Où les histoires vivent. Découvrez maintenant