|23. La Propuesta.|

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JACKSON


Estoy nervioso. ¿Por qué?
Buena pregunta…

Me acabo de enterar que seré padre de una hermosa niña, no puedo estar tan emocionado por eso. Una pequeña a quien cuidar con toda mi alma. Segundo, hoy en la cena en casa de mi padre daré unas palabras que son muy importantes para mi y no sé que haría si algo sale mal.
Respiro y sonrío. Si estoy calmado, puedo hacer las cosas bien.
Cojo el celular para llamar a Elsa. Las cosas en la oficina están en completo orden y digamos que no tengo tanto trabajo por lo que me aburro, Anna se encargó de ordenar mi agenda de manera que ya tengo un poco de tiempo para relajarme.

—¿Elsa? —pregunto al oír voces a lo lejos.

Jack, ¿cómo estás? —fruncí el ceño, algo oculta—. No, Gladys. Primero lo pones en bandeja y luego las caritas felices. Hay que alegrarle el alma a este hombre…

—¿Hombre? Elsa…

—¿Ah? —suelta una risilla de por sí, nerviosa—. Me refiero a Walter, cariño.

—Esta bien —teclee algunas cosas en mi laptop—. Sabes, estuve pensando en lo que hablamos anoche y quiero preguntarte si nos vamos a la casa del lago por el fin de semana.

Oh, ¿nosotros solos? —escuché su tono pícaro, más relajada que hace unos segundos—. Sí, claro. Me encantaría no respirar este aire contaminado.

—Entonces prepara las maletas —sonreí, mi voz sintiéndola más grave—. Pasaremos unas minis vacaciones, nena.

No me llames nena, viejo loco —soltó otra risa, contagiándomela a mi—. Ya preparo las maletas.

Colgué, suspirando sonriente. Continué el poco trabajo que me queda cuando oigo como Anna intenta detener a alguien a las afueras de la oficina. Me levanté justo cuando esa persona logró ingresar.
Ahora la entiendo, Anna es tan pequeña… ¿cómo iba a detener a este animal del Monte?

—Lo siento, Sr. Frost, y-yo…

—No pasa nada, Anna. Tranquilízate—le dije al verla aterrada—. Por favor, retírate.

Asintió, cerrando la puerta al salir. Me crucé de brazos observando sus ojos verdes. Maldición, ¿por qué justo él tenía que fijarse en Elsa?

—Muy bien, te escucho —dije.

—Decido viajar por un maldito mes —empieza a decir encabronado, las comisuras de mis labios se curvan en una sonrisa al saber lo que diría— ¿y ya son novios?

—¿Qué te digo, Haddock? —me tocó el pecho con orgullo—. El encanto de este macho la tiene loca.

No, no puedo. Sigo creyendo en los pendejos que nos vemos.

Familia (Jelsa) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora