Capítulo veintiocho

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✶ ENERGÍA ✶

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ENERGÍA ✶


Me quedé mirando las partículas negruzcas en las que se había convertido el ave. La arena negra transitó lentamente entre el par de medallones resplandecientes hasta ocultarse detrás de las ramas del sauce.

—Definitivamente, es así... —aseveró para sí mismo.

Había escuchado el dialecto tanto de Milo, como el de Renzo y Ashton, y resultaban ser prácticamente similares, exceptuando que esta vez, tan solo tres palabras bastaron para notar su evidente acento extranjero. Estaba claro que no practicaba demasiado español.

—¿El qué? —tartajeé de inmediato, volviendo mi atención.

El muchacho saltó de la rama hasta la orilla del lago y me ofreció su mano para salir. No me moví, permanecí observando el medallón fulgurante en su otra mano, preguntándome cómo lo había conseguido.

—Es diferente cuando están juntos —dijo, alejando su brazo de mí.

Era cierto, brillaban más. Fue debido a ello que, cuando alcé la vista en busca de su rostro, la luz tan solo me permitió dar con una sonrisa de lado perfectamente insinuada, tanto así, que marcaba un evidente hoyuelo en la mejilla hacia donde se dirigía la curvatura.

Parpadeé, pero se me era difícil verle. Casi como si estuviera observando directamente al sol, así de intenso semejaba ser el resplandor de los medallones. No podía imaginarme cómo serían los tres al juntarse. Lo que también me pareció extraño. No había otra pieza más que la suya y la que todavía permanecía dentro de mi bolsillo.

Guardó el medallón en algún bolsillo trasero de sus pantalones vaqueros flacos, y resultó ser lo segundo que llamó mi atención, porque en la una pierna tenía diseñadas gruesas líneas blancas que iban en secuencia horizontal hasta la rodilla, y en la otra en cambio estrellas. Ambas resaltaban en un fondo negro. También llevaba puestos unos botines combinados y un saco tejido color vino bastante suelto.

—¿También eres un int...? —Me quedé a medias cuando logré examinar su rostro con claridad.

Ya sin tanta luz, pude percatarme. Lucía muy joven, casi de mi edad, o probablemente igual. Tenía las facciones marcadas, el cabello oscuro despeinado hacia arriba y una pequeña similitud que encontré en sus ojos negros campechanos con los cetrinos de Ashton.

—¿Quién eres? —finalicé.

Sacó algo del bolsillo: dos objetos circulares que definí como piedras pequeñas, una más oscura que la otra. Arrojó el par con el dedo pulgar y al instante volvió a atraparlas con la misma mano. Cada que se rozaban, una o varias chispas saltaban. Subían y bajaban, una y otra vez.

—Me conoces —aseguró él.

«Tic... Tic... Tic...» Las piedras repiqueteaban con mayor velocidad cada que se encontraban en el aire. Y él siguió repitiendo el proceso, sin prestar demasiada atención en los pequeños objetos que pronto, empezaron a lucir como escarchados en un tono naranja que brillaba tenuemente. Gracias a ello me di cuenta que las piedras, cada que subían, formaban una especie de espiral entrelazado, y justo en cada cruce se rozaban, soltando las chispas.

El circo de Ashton #1 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora