Capítulo doce

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✶ PATRAÑA ✶

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✶ PATRAÑA 


Tragué saliva con dificultad y sin pensarlo dos veces ingresé a casa. Encendí todas y cada una de las luces, deseando que por nada del mundo se apagaran o explotasen por magia provocada del más allá.

En mi habitación, dejé el obsequio sobre la mesita de noche, me senté en la orilla de la cama y volví para observarlo con angustia. Si bien era cierto que la curiosidad me estaba poniendo todavía más ansiosa, el miedo por conocer su contenido fue todavía peor.

Me saqué los zapatos y sacudí los hombros. Al instante fui consciente de que la blazer de Ashton todavía me acobijaba. Entre tantos enigmas había olvidado devolvérsela.

En mí lucía bastante grande, pero me mantenía cálida. El aroma a canela que se desprendía de la tela me hizo parte de una sensación picosa y amena. Me estaba empezando a gustar esa fragancia. Además, era otra prueba de que todo lo que giraba en torno a "su mundo" resultaba ser real para mí también, y eso también me asustaba de muchas formas.

Me quedé mirando al vacío cuando los teléfonos de escritorio ubicados en el pasillo y cocina sonaron. Me apresuré, y patinando a causa de las medias, llegué hasta el más cercano.

—¿Bueno...? —contesté con desgano y antes de pegarme el auricular a la oreja, el reproche de Thomas resonó en la bocina.

—¡Demonios Zara! ¿Por qué no contestas tu móvil? ¡Estuve tratando todo el día!

—Creo que lo perdí —resoplé.

—Por qué no me sorprende... Por cierto, tengo que advertirte.

—¿De qué?

Con palpitaciones veloces, comencé a implorar que no se hubiese acordado de alguna otra parte aterradora en referencia a la historia de Ashton.

—Resulta que, como soy tu mejor amigo, no dejan de preguntarme si yo sé algo.

Mi mente divagó entre escasas posibilidades. La principal asimiló que las extrañas entidades no se detenían a dialogar, mucho menos a preguntar. Los que tuve la mala suerte de conocer, actuaban sin cuidado. Excepto Ashton, quien al igual que yo, parecía lucir enojoso por la situación.

—Ve directo al punto, ¿quieres? —insistí.

—Los chismes corrieron y están alarmados. La inocente Zara quiso asesinar a Natale. Estás en serios problemas ahora.

Suspiré con una pizca de alivio. Estaba segura de que todo ese lío se iba a cernir sobre mí como un balde de agua helada el día lunes por la mañana, cuando estuviésemos de regreso en clases.

—¿Cómo se encuentra?

—Viva, por suerte. Permanecerá algunos días en el hospital. —Hizo una pausa—. ¿Qué sucedió? Zara, mientras más lo pienso, más me convenzo de lo ridículo que suena todo ese tema, y creo que tengo todo el derecho de saberlo. Es a causa del medallón, ¿cierto?

El circo de Ashton #1 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora