Capítulo 15

668 73 10
                                    


Siendo una niña que creció con una familia enorme (diferente a las demás eso no necesito aclararlo), con miles de hermanitos, un par de mujeres hermosas que cuidaban de nosotros como si fuéramos sus hijos y aprendiendo a ser independiente desde muy pequeña, las palabra «novio» o «pareja» me aterraban, y no hablemos ya de «matrimonio»; porque durante toda mi existencia, aún cuando siempre estuve rodeada de gente que me quería y cuidaba de mí, mi vida fue solo mía, simple y sencillamente mía. Si quería compartir algún momento, algún logro, o cualquier otra cosa con alguien lo hacía; pero si prefería estar sola, luchar sola y salir adelante sola lo hacía también. Nunca le rendí cuentas a nadie. Nunca le pedí permiso a nadie. Nunca le conté mis secretos a nadie (a menos que realmente necesitara o quisiera hacerlo), y creo que ese sentido de independencia y amor a mi vida, mi privacidad y mi tiempo me llevó a temer con muchísima fuerza el compromiso. Y si a eso le agregaba el hecho de ver el drama que era tener pareja (había visto muchas lágrimas en mi hermana y amigos), y el esfuerzo que implicaba..., bueno, los pretextos eran muchos, pero todo giraba en torno a lo mismo: miedo al compromiso, o en mi caso, pánico.

Y no era solo temor a estar con alguien, era pavor a quedar atrapada en una relación sin cariño, ni futuro, pero llena de comodidad. Temía no poder disfrutar de más cosas o experiencias por limitarme a una sola que me parecía satisfactoriamente buena. Me aterraba que alguien creyera que me estaba protegiendo cuando en realidad me asfixiaba; pero lo que más temía era llegar a querer tanto a alguien al grado de hacer que mi vida entera girara alrededor de él y, al hacerlo, perder todo lo que tanto trabajo me había costado lograr para ser yo misma; o peor aún, me acobardaba pensar que algún día podía entregarle mi corazón a alguien que no sabría apreciar la importancia de mi entrega y terminaría haciéndolo bolita, arrojándolo a un rincón mugroso, sombrío y triste y me haría pedazos el alma con un solo movimiento.

Por eso cuando Albert dijo «sin promesas ni compromisos» sentí que podía respirar de nuevo, porque sentía la necesidad de estar con él, de verdad quería estar con él, no sabía por qué pero quería hacerlo, sin embargo temía ponernos títulos, o hacer que mi independencia se truncara por él.

Sabía que iba a estar en Inglaterra por poco tiempo, luego me subiría de nuevo a un avión y regresaría a casa dejando atrás todo, quedándome solo con algunos recuerdos. Y, me convencí de que un romance fugaz sería una buena anécdota para guardar en el cajón de mis preciadas memorias juveniles. Supuse que dejarlo a él en Londres no me causaría ningún tipo de dolor, porque «sin promesas ni compromisos» significaba que sería mi cerebro y no mi corazón quién comandaría todo, pero estaba un poco equivocada.

Ese día en el zoo esperamos a que la lluvia pasara y después me acompañó a casa. Lo invité a subir, pero se disculpó diciendo que tenía intensiones de seguir siendo un caballero conmigo, aun cuando yo hubiese aceptado su propuesta de una aventura, y que si subía no podía garantizarme caballerosidad.

Me hizo sonreír saber que tenía el poder de hacer que un hombre como él confesara abiertamente que estar a mi lado sacaba a flote su lado más primitivo, pero que quería controlarse porque, aunque hubiese aceptado estar a su lado con condiciones poco ortodoxas, no quería ser demasiado indecoroso.

Al día siguiente vino por mí a la casa de té y caminamos juntos por el parque, y platicamos de cosas poco importantes y nos besamos escondidos entre las ramas de un sauce llorón. El día después me trajo el almuerzo al hospital porque me tocaba cubrir guardia y no podía estar mucho tiempo con él. El tercer día fui a verlo al zoo y así estuvimos durante un par de semanas, viéndonos por algunas horas, conversando, riendo y dejando que las cosas fluyeran; y se sentía increíblemente bien estar así, sin citas preestablecidas, sin mensajes ni llamadas antes o después de vernos, con la emoción de no saber si sería él o yo quién iría al encuentro del otro el día siguiente, o si nos encontraríamos en un parque o en la calle mientras caminábamos.

Pura Imaginación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora