Capítulo 7

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Su desasosiego era profundo e intenso y lo acompañaba y atormentaba siempre. Había días, o incluso fugaces momentos, en los que lograba hacer a un lado la idea de no tener un pasado y se permitía la libertad de tener un bello presente; pero luego volvía a caer en la trampa que le había jugado su mente cuando sus recuerdos se borraron y entonces se conformaba únicamente con vivir una vida a medias. No fue difícil darme cuenta de que incluso sus sonrisas más radiantes escondían una tristeza profunda de la que no podía apartarse.

―Es absurdo, ¿cierto? ¿Echar de menos algo que no recuerdas? ―me preguntó esa misma noche.

―Es humano ―respondí.

―Lamento mucho haber sido tan descortés contigo, Candy.

―No tienes por qué disculparte, Albert ―sonreí.

―Aun así, te traté mal y tú solo querías ayudarme.

―Es parte de mi trabajo.

―No. No fue solo eso ―suspiró―. Cuidarme es parte del trabajo de la señorita White, eso te lo concedo, pero tú, Candy, no tenías porque contarme tu pasado, sobre todo si tus recuerdos te hacen daño ―intenté regalarle una de mis mejores sonrisas.

―A veces me duele recordar, y no sé si alguna vez deje de hacerlo, pero ¿sabes?, creo que ya hice las paces con mi pasado ―respondí con honestidad y me sorprendió darme cuenta de que en realidad lo sentía así―. Aunque, aun sigo intentando descubrir quién soy.

―¿Por qué me cuentas todo esto, Candy?

―No lo sé ―en realidad no lo sabía―. Tal vez sea porque quería que estuviéramos a mano.

―¿A mano? Estamos a mano. Yo te curé cuando estabas herida y esta tarde tú hiciste lo mismo conmigo ―sonreí.

―Me refiero a que alguien más me develó tu secreto sin antes pedir tu permiso ―bajó la mirada―. Simplemente quise que supieras el mío para equilibrar las cosas.

―No tenías que hacerlo.

―Lo sé ―suspiré―. Pero quería hacerlo. Tal vez lo dije también porque hay algo en ti que me inspira confianza ―y así era, por absurdo que pareciera.

Levantó la mirada de nuevo y me miró con ¿agradecimiento? Sí, creo que fue eso. Y por un momento mis pensamientos se centraron en la simple idea de que cuando sus ojos azules estaban en calma eran sumamente hermosos.

―Deberíamos llevarte al hospital para que te examinen, Candy. El golpe que te diste en la cabeza hace algunos días pudo haber causado estragos severos. Me preocupa saber que confías tan rápidamente en un pobre vagabundo sin memoria ―respondió sonriendo―. En otro tiempo quizás pude incluso haber sido un criminal, o un pirata ―rió.

―Pues don vagabundo-criminal-pirata-príncipe-hijo-de-un-duque, lamento decirte que ahora eres «La Magnolia de la Colina» ―dije conteniendo una risotada.

―¿Dónde escuchaste eso? ―preguntó y por primera vez lo vi sonrojarse un poco.

―Escuché a uno de los paramédicos decirlo ―agachó la cabeza―. Creo que podría sentirme amenazada por un criminal, pero deja de ser tan intimidante si su apodo es «La Magnolia de la Colina» ―la risa amenazaba con escapar de mi pecho, pero no quería ofenderlo y fue entonces cuando él rió.

―¿Crees que yo soy «La Magnolia de la Colina»? ―reía con tanta gana que se estaba quedando sin aire.

Después de haberlo visto pasar de la furia a la desesperanza, escucharlo reír era maravilloso, como una bocanada de aire fresco, incluso llegué a sentir esa sensación que te da cuando tus pulmones se llenan de nuevo después de haber estado sosteniendo la respiración por largo tiempo; aunque la frase «inestabilidad emocional» intentaba hacerse presente en mi mente y tuve que hacer un esfuerzo casi inhumano para no preocuparme por ella.

Pura Imaginación.Where stories live. Discover now