XX. La marcha Radetzky (parte I)

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Una parte de mí esperaba que ella estuviese allí, la más irracional y sensible; pero luego apareció la más lógica y me obligó a recordar el por qué los ladrones somos anónimos y actuamos de noche.

La llevé hasta su habitación y cuidé de ella, aunque no se diese cuenta de mi presencia allí. De vez en cuando gritaba en sueños y su cuerpo se perlaba de sudor, otras veces lloraba, pero la mayor parte del tiempo simplemente estaba dormida, inmóvil y en silencio.

De repente, no me sentía cómoda a su lado, así que bajé al salón y me acomodé allí, pasando las páginas de uno de los libros que había sobre la mesilla del salón. Era como si estuviera fuera de lugar, como si todo se hubiera vuelto del revés. Todo lo que había vivido allí, lo que se podía contar y lo que no, era como si no existiese, como si fuese un recuerdo puesto en mi mente para hacerme vivir una realidad paralela.

Pero, a la vez, esa casa seguía siendo una especie de refugio. Desde la primera vez que entré, de madrugada, mientras los Griffin celebraban una fiesta y Clarke me pilló con las manos en la masa. Allí ocurrió el primer click.

Tal vez, si hubiera sido otra, yo ahora mismo estaría en la cárcel o todavía bajo las órdenes de Nia; pero no, con Clarke todo era diferente. Una especie de quiero y no puedo, de sentimientos contradictorios y de ideas contrapuestas. Una continua lucha interna que desencadenó en este enamoramiento predestinado, como si nos conociéramos de otra época, de otros mundos, y pese a todas las circunstancias, nos encontraríamos de nuevo y nuestros sentimientos aflorarían.

No sería un camino fácil. Ella era engreída y quejica, yo era arrogante y fría. Ella me admiraba y yo estaba ciega. Ella me quería y yo sólo tenía ojos para Costia. Hasta que rompió ese recuerdo infestado de Costia y pude sentir por primera vez lo que era ser amada por una mujer digna de los mitos y las leyendas de la Era Antigua. Clarke me hacía sentir como si fuese una obra de arte y no alguien que necesitaba de cariño para existir. Que me daba lo mejor de ella y no sólo las migajas. Que se quedaba conmigo por las noches, y no se escapaba para librarse de mis brazos y mi olor.

Y las veces que la había dejado a la intemperie, no podía hacerlo una vez más. Mi corazón me gritaba que ya era suficiente, que dejase de huir como una puñetera cobarde y que hiciese frente a las adversidades si quería que el final de nuestra historia tuviese un final feliz.

Pero ella no parecía pensar lo mismo.

Pero entonces ella me dijo te quiero y todas mis dudas se vinieron abajo como un alud en plena tormenta de nieve. Me sentí llena de valor y de un amor inconmensurable, y la única manera de demostrárselo era mediante mis manos y mis labios, porque sentía que había perdido toda capacidad de hablar.

Me sentía en casa de nuevo.

***

Llevaba días sin poder dormir en condiciones. Cada vez que cerraba los ojos, todo a mi alrededor se ocultaba tras una densa nube de humo y luego se oía un único y certero disparo, y el cuerpo de Roan inerte a mis pies. Con el corazón en la garganta, Nia aparecía entre el blanquecino humo de las bombas caseras y los continuos disparos, con una sonrisa psicópata en su rostro y el brazo derecho alzado con un revólver en la mano, listo para ser disparado. Y entonces, me despertaba.

Así día tras día, sin descanso. Pronto me volví taciturno y me aislé de los demás, mi comportamiento no era el más adecuado y empezaron a temerme. ¿Cómo el tranquilo Blake se había convertido en una bestia maleducada y gritona cada vez que algo no salía como estaba previsto? Me escondí entre papeles y casos de barrio, tratando de buscar una solución al imperio de Nia y darle por fin caza.

***

Nos pasamos el día metidas en la cama. Poder saborear cada rincón de su cuerpo sin preocuparnos del mundo exterior era un caramelo que no podía rechazar. Me sentí fuerte, adorada y amada, y no quería salir del abrigo que nos proporcionaban las sábanas.

—Lexa, —dijo entonces Clarke, despertándome de mi frágil sueño. Parecía seria, más que de costumbre, más... como a las primeras versiones que conocí de Clarke, cuando ella era una niña rica y yo la protectora hermana mayor de Aden­—, ¿cuándo te diste cuenta de que te gustaban las chicas? ¿No te sentiste... señalada, enfadada con el mundo?

Suspiré. Lo cierto es que aquella etapa parecía tan lejana en mi vida... Había sido libre desde que era una cría, y muchas veces, lo que pensara el resto del mundo me daba igual.

—De chica me gustaba juntarme con los niños y jugar al fútbol, a montar castillos de arena, pelearme y rasparme las rodillas. Supongo que al no ser tan... femenina, tan niña frágil con un extravagante gusto por las muñecas y el rosa, empecé a forjarme una armadura que he estado llevando desde entonces —numerosas imágenes de mi infancia acudieron a mi memoria, cuando aún mis padres estaban vivos y yo no tenía que preocuparme por mi hermano pequeño ni por Nia ni nadie de su particular empresa. Cuando era una cría normal y corriente, que destacaba en el grupo de chicos del barrio—. Creo que mis padres lo sabían antes que yo, y quizá por eso no fue tan difícil aceptarme. Pero luego vino ese maldito accidente y pasé años creyendo que había sido por mi culpa, porque había pecado y ese era el precio a pagar. Llegó la adolescencia y Titus dejó de tener tanto poder sobre mí. Conocí a Roan, a Murphy y a Raven, y me liberaron de aquellas ideas que Titus había puesto en mi cabeza. Llegó Costia y me enamoré como una estúpida, llegando a anularme cada vez que ella me lo pedía. Y luego tú. ¿Y qué hay de ti?

Clarke no contestó de inmediato. Parecía estar conmovida por mi relato, entre sorprendida y "pues claro que tuvo que ser siempre así". Frunció el ceño y se sentó sobre mí, acariciando mis brazos y enviando escalofríos a mi espina dorsal.

—Me pasé años enamorada de ese idiota de Finn Collins, ya lo sabes. Nos conocimos prácticamente estando en el útero de nuestras madres, siempre era tan atento, tan divertido, tan... pero sólo lo fue de niño —sonrió y se acercó a mi cuello, empezando a besarlo de nuevo, sacándome suspiros—. Tú eras muy... llamativa, por decirlo de alguna forma. Siempre destacabas entre la gente, tan seria, tan formal... La protectora hermana mayor que lleva a su querido hermano pequeño al colegio. Y tus ojos. Ese verde... es magia pura, Lexa. Me intrigabas, y aunque al principio fuiste una vía de escape para mi vida de pajarito encerrado en una jaula de oro, acabé enamorándome de ti. Pero eras tan... única, que el hecho de enamorarme de una mujer no lo consideré un error.

—¿Los señores ricos de Polis siguen renegando de nosotros?

—Y por la noche disfrutan viendo películas para adultos de esa gente a la que tanto insultan.

***

Al caer la medianoche vivía entre la vigilia y el sueño. Sentía mi cuerpo cansado, pero la adrenalina seguía en mi torrente sanguíneo y sin visos de desaparecer. A mi lado, Clarke estaba completamente dormida, y se agarraba a mí como si yo fuese su particular salvavidas en el mar tempestuoso de la vida. Parecía tan pequeña, tan frágil... una segunda versión de ella, la niña rica que conocí meses atrás, pero feliz.

Entonces, mi móvil empezó a sonar. Suspiré malhumorada, porque no tenía ni idea de dónde lo había dejado. Me levanté de la cama intentando no hacer ruido, y Clarke parecía no haberse percatado de mi falta entre sus brazos.

Al fin, tras una exhaustiva búsqueda, encontré el dichoso aparato y descolgué sin ni tan siquiera percatarme de quién me llamaba.

Al otro lado, silencio. Una larga espera de diez segundos que terminó abruptamente con una sórdida carcajada que conocía demasiado bien.

—Oh, mi querida Lexa... ¿te ha gustado mi regalo? Maravilloso, ¿verdad?

Nia de nuevo. Dos ataques con tan sólo unas horas de diferencia. Pero lo más inquietante de todo, es que jamás le habría dado mi número de teléfono. ¿Cómo lo había conseguido?

La curiosidad fue mayor que la repulsión que sentía hacia ella, y entonces vi el nombre de Aden escrito en el centro de la pantalla.

—Como te atrevas a tocar a mi hermano te juro que te mato. Te arrancaré las órbitas de los ojos, las uñas, la piel si hace falta... Te arrepentirás de esto.

Al fondo, sólo podía oír las carcajadas de la reina del hielo. Colgó sin más, dejándome con la palabra en la boca y un insoportable malestar en mi pecho. A los pocos segundos, varias imágenes que demostraban que estaba cautivo en su particular castillo, atado y amordazado.

Iba a ir a por él.




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