XX. La marcha Radetzky (parte I)

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Todo se volvió una espiral de gritos y temblor, de mi corazón palpitando con violencia contra mis costillas, casi como si quisiera escaparse de mi pecho, y enormes gotas de sudor bajando por mi cuerpo.

No sabía qué hacer; parecía como si alguna criatura mitológica hubiera desconectado mi alma de mi cuerpo, y ésta sólo quisiera salir corriendo sin importarle lo demás. Mi cuerpo estaba quieto, completamente inmóvil, no respondiendo a estímulo alguno. Era un estado de estupor al uso, donde el tiempo decidió dejar de bailar en su rítmico tic-tac y todo se volvió negro.

Desperté en un mundo donde todo era sangre y vísceras, gritos y muerte, tortura y desolladuras. Quería huir, pero de nuevo, mi cuerpo parecía estar en otra dimensión, muy lejos de mi mente, y ésta quería escapar de esas insoportables vistas antes de que fuera demasiado tarde.

Volví a despertar a base de gritos y una capa de sudor cubriendo todo mi cuerpo. Podía sentir la ropa interior pegada a mi piel, la coleta desecha y varios mechones pegados a mi cuello e incluso a mi cara. Me levanté de la cama casi como un resorte, con el corazón latiendo con violencia en mi pecho, y sintiendo la boca completamente seca, como si allí mismo se hubiera formado un nuevo desierto inexplorado.

—¿Cómo te encuentras?

Aquella voz me sobresaltó, pero, tras vivir tales pesadillas una detrás de otra, a mi cuerpo no le quedaba energía para volver a sobresaltarse. O, tal vez, fuese el poder que la voz de Lexa seguía teniendo sobre mí y mis emociones, incluso después de tantas semanas separadas.

Estaba arrodillada a un lado de la cama, y su mano derecha parecía indecisa. Al final, optó por dejarla sobre las sábanas y yo me centré en sus ojos verdes.

Todo el odio, toda la frialdad y la indiferencia con la que me había cubierto las últimas semanas se vinieron abajo en tan sólo unos segundos, cual castillo de naipes desmoronándose por una ráfaga de viento.

—Tengo la sensación de seguir soñando, incluso sabiendo que por fin estoy despierta, en el mundo real —callé durante unos segundos, y mi boca habló por sí sola, traicionándome-. Hace mucho tiempo que no sales en mis sueños, Lexa; y sin embargo, aquí estás. Eres la prueba irrefutable de que he abandonado a Morfeo.

Hubo un tiempo en el que Lexa lo copaba todo: el mundo real y el mundo onírico. Un tiempo en el que yo no era más que una cría con ansias de libertad, quejica y malhumorada, harta de vivir en una jaula de oro y siendo olvidada por sus padres. Luego crecí y me hice ladrona, y ahora estoy pagando por ello.

—Duerme un poco más—dijo entonces Lexa, a media voz—, todavía es de noche.

Sin más, Lexa abandonó la habitación, y yo me quedé en un estado que no sabía muy bien cómo interpretar. Era una mezcla entre culpa, rechazo, angustia y alivio; un popurrí extraño y casi nauseabundo, que hizo que mi estómago rugiese y yo me viese obligada a correr hasta el baño, donde vomité hasta la última gota de líquido que tenía en mi estómago.

Otra vez cubierta de sudor, me quedé tumbada en el suelo, sintiendo un inmenso alivio cuando el frío traspasó la camiseta y se mezcló con mi piel ardiente. No sé cuánto tiempo estuve allí, quieta y en silencio, admirando el techo blanco del baño. Parecieron horas, días, tal vez semanas; o tal vez tan sólo un segundo.

Me lavé los dientes para quitarme aquel horrible sabor a vómito de la boca, y bajé a paso lento al piso de abajo. Me sentía como una espía, como tantas veces en mi infancia cuando me sumergía una y otra vez en las dispares aventuras de El equipo tigre.

Encontré a Lexa tumbada en el salón de la chimenea, tumbada en uno de los sillones y con una manta azul marino sobre su cuerpo.

Parecía dormir, pero conociendo sus antecedentes, seguramente tan sólo estaría con los ojos cerrados. Llegué a su lado y ella seguía sin moverse, con un respirar tranquilo y sosegado, tal vez había hablado antes de tiempo.

ThievesWhere stories live. Discover now